Un líder toma decisiones, ordena que se cumplan y, cuando corresponde, también persuade. Sin embargo, lo que nunca puede hacer es parapetarse detrás de una mentira y permitir que la cadena de responsabilidades políticas se rompa por el eslabón más débil: eso es lo que sucedió inicialmente con el exprocurador ad hoc para el Caso Lava Jato Jorge Ramírez, que fue intempestivamente apartado de su cargo agitando un mar de especulaciones que afectan al Gobierno. La movida fue inútil: al final tuvo que renunciar también la ministra de Justicia y, al cierre de esta columna, el Ejecutivo se veía forzado a realizar cambios mayores para evitar que la crisis aumente.
¿Cómo fue posible que el presidente Martín Vizcarra y su jefe de Gabinete, Vicente Zeballos, creyeran que con las salidas de Ramírez y la del titular de Energía y Minas, Juan Carlos Liu, toda suspicacia respecto a las reuniones Ejecutivo-Odebrecht pasaban a segundo plano? Lo más absurdo es que se trata de una crisis que se pudo evitar. Nada comprometedor había en reunirse con una empresa con la que el Estado –a través de la fiscalía y la procuraduría encargadas– tiene un acuerdo de colaboración eficaz. Si surgían cuestionamientos, como era obvio que ocurriría dado que los opositores a dicho acuerdo son muchos, se debía enfrentar la situación brindando las explicaciones que fueran necesarias. Así es como se gobierna. Si la cita era “radiactiva” en sí misma como algunos opinan, ¿por qué se insistió en ella? Y si no lo era, ¿por qué debía acarrear sanciones?
Lo sucedido recuerda el miedo y la falta de reflejos políticos que caracterizaron la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski. La gran diferencia es que PPK tenía un Congreso que lo acechaba, mientras Vizcarra no solo carece de oposición efectiva sino que tiene un Gabinete y un vocero político (Zeballos) que callan o se tropiezan consigo mismos. Kuczynski era presa de secretos que no quería confesar, ¿el presidente Vizcarra teme que se sepa algo que preferiría no explicar? Esa es la duda que asoma.
¿Qué sigue ahora? Un cambio mayor en el Gabinete. El presidente no puede darse el lujo de que su mayor fortaleza según las encuestas, “la lucha anticorrupción”, naufrague en un mar de dudas atizadas por este escándalo. Vicente Zeballos ha demostrado que no es un jefe del Gabinete para estos tiempos. Cumplió un rol durante la disolución del Parlamento, pero aquí falló clamorosamente y debería salir (tal como anunció el amiguísimo de Vizcarra, Edmer Trujillo, que deja Transportes). El nuevo Congreso, a instalarse en algunas semanas, difícilmente le daría el voto de investidura en estas circunstancias. Vizcarra debe actuar con decisión política: aún le quedan 17 largos meses en el cargo.