Es duro decirlo, pero es mejor estar preparados. Todas las evidencias indican que vienen tiempos bastante más complicados en los segundos cien días.
Vamos a salir de la cuarentena, no hay otra. Y con más gente circulando e interactuando, la posibilidad de que el virus contagie a una proporción mayor de personas crece. Y por razones ya harto discutidas, no levantamos la cuarentena luego de haber controlado la pandemia, como fue el caso de Italia o España, sino cuando ya no podemos seguir sosteniéndola más, pese a que el virus está en un punto muy alto.
Más de 9.000 muertos oficialmente aceptados (pero quizás el triple), así como más de 100.000 casos activos, dan cuenta de lo serio de la situación. Para dar una idea de lo difícil que nos toca, Chile, que enfrenta problemas casi tan graves, intenta por ahora mantener en cuarentena a un 50% de su población. Nosotros simplemente no lo podemos hacer. Con cien días a cuestas hay que abrir. La economía está destrozada. El FMI en su informe mundial estima nuestro decrecimiento para el 2020 en 13,9%.
A nivel político la tensión aumenta y la popularidad del Gobierno baja. Recibe críticas de distintos frentes y el Gabinete Zeballos está muy desgastado. La alternativa de uno de amplia base que reemplace al actual no pareciera estar en la forma de ver las cosas del presidente Vizcarra; quien, para empezar, no ha hecho ninguna autocrítica por los errores de los primeros cien días. “Que la historia me juzgue”, ha dicho, casi agregando: los demás, chitón boca.
A esta durísima realidad se suma el enfrentamiento entre el Gobierno y la clase empresarial (o viceversa, como quieran verlo), algo que no se advertía por décadas en el país. La larga etapa de desconfianza mutua se convirtió en enfrentamientos públicos el domingo pasado con la entrevista del primer ministro, señalando que los bancos habían “traicionado la buena fe del Gobierno” en la entrega de créditos para la reactivación. La respuesta de Asbanc fue igual de dura, replicando que había actuado estrictamente bajo la normatividad para tal efecto, algo que el Gobierno no ha desmentido posteriormente.
Más complicado ha sido el ultimátum presidencial a las clínicas para ponerse de acuerdo en las tarifas para pacientes de COVID-19. Un tema que debió pensarse para el día diez y no estar pendiente el cien. Bien pudo haber conseguido lo mismo (y mucho antes) si lo daba personalmente, en privado, bastándole la referencia a la ley general de salud. Prefirió que sea en público e ir por el camino del artículo 70 de la Constitución, el de expropiaciones. Noventa días tarde el presidente escogió intencionalmente un camino intransitable, solo para hacer más dramática la amenaza.
El rápido acuerdo (nada desfavorable para las clínicas, por cierto) no acaba con el problema. Le puede dar puntos en las encuestas al presidente, dado que el tema es extremadamente sensible para todos nosotros y la Asociación de Clínicas Privadas se ha venido manejando como elefante en cristalería. Pero el país ha pagado un precio. La desconfianza en el Gobierno del empresariado en general se ha acentuado y se retraerá aún más la inversión, en un contexto en el que tan dramáticamente se necesita. Impacto adicional para una economía en donde el 80% de la inversión es privada y en donde la pública duda si bailar como tortuga o dormir como marmota.
Termino con un consejo (hasta de un conejo). A diferencia de otros países en los que el uso de la mascarilla es menospreciado por los jefes del Estado y/o descuidado por mucha gente, acá ha prendido de manera sorprendente y gran parte de la población la porta (algo así como lo que pasó con el cinturón de seguridad de los automóviles).
Esa es una ventaja que se puede potenciar, si se masifica la entrega gratuita y continua de mascarillas fabricadas por productores locales y que cumplan con los estándares necesarios. Otro producto que puede resultar utilísimo, si se hace lo propio: pequeños dispensadores del líquido más barato pero eficiente que eviten postergar la desinfección hasta llegar a un lavatorio (tantas veces sin agua).
Si nos guiamos por la opinión de los especialistas, tendríamos, solo con ello, dos armas poderosas para contener nuevos contagios.