"Los acontecimientos de la última semana, por traumáticos e hiperbólicos que luzcan, siguen siendo parte de ese gran cataclismo ocurrido en las elecciones generales del 2016".
"Los acontecimientos de la última semana, por traumáticos e hiperbólicos que luzcan, siguen siendo parte de ese gran cataclismo ocurrido en las elecciones generales del 2016".
Juan José Garrido

Los acontecimientos ocurridos en la última semana, por traumáticos e hiperbólicos que luzcan, siguen siendo parte de ese gran cataclismo ocurrido en las elecciones generales del 2016. Me refiero, si quedan dudas, al resultado del mismo: un Ejecutivo y Legislativo divididos, prontamente enfrentados e incapaces de reconciliar una agenda mínima de trabajo. Cada quien tendrá una visión particular sobre si la culpa fue de un lado u otro; no obstante, lo llamativo es lo rápido que las facciones se pusieron a trabajar en un plan de máximo impacto y destrucción del oponente: el Congreso, liderado por una mayoría fujimorista, en destituir al presidente Kuczynski, y el Ejecutivo, soportado por el amplio espacio antifujimorista, en cerrar el Parlamento. Ocurridos ambos escenarios, la crisis que vivimos era inevitable.

Hoy, con tres gobiernos a cuestas en menos de cinco años (y todo indica, iremos por un cuarto), la inestabilidad y fragilidad del sistema es indiscutible. La pregunta es cómo llegaremos a julio del 2021. Esto es, cuáles son los escenarios bajo los cuales recibiremos la llegada del bicentenario de la independencia y fundación de nuestra república. Es imprescindible, por ello, prever qué fuerzas moldearán los meses venideros.

La fuerza más visible es, hoy día, el sentimiento ciudadano, expresado no tanto en la defensa de tal o cual político (o partido, para tal caso), sino más bien en reclamos de transparencia, honestidad y justicia en la actuación pública. El rechazo a la vacancia del expresidente Vizcarra es una clara señal del derrotero: algunos preferían soportar la presencia de un mandatario manchado por la abundante carga probatoria de una actuación corrupta y embustera a estar gobernados por el producto de un Congreso mayoritariamente felón y putrefacto. Incluso entre ambos males podían escoger el mal menor.

La realización de elecciones en abril próximo es, en dicha línea, de sideral importancia. A estas horas, cuando la presencia de Manuel Merino en la presidencia es intolerable, quienes asuman el desafío de llevar las riendas del Ejecutivo deben reconocer esta clave como necesaria, imprescindible. Las elecciones generales no solo deberán servir para elegir, sino también para dejar atrás un quinquenio que desnudó lo peor de politiquería peruana. Ya no se trata solo del ejercicio democrático, sino de participar en un baño de ruda nacional, esperando que lo peor quede atrás.

Si al Congreso no le queda aún claro el peligro de estar divorciados de la ciudadanía que los convocó a representarlos, la semana que hemos vivido deberá servir de alerta. Los menjunjes populistas e irresponsables que antes eran soslayados, hoy corren el riesgo de encender la pradera. La ciudadanía, con razón, está cansada y presta a hacerse escuchar. Y, por cierto, la lista de no negociables es harto entendible: basta de componendas bajo la mesa, jaranas con el erario público y distancia con la crisis sanitaria que vivimos.

Ojalá podamos recomponer, pronto, una mínima estabilidad –de legalidad y legitimidad– que nos permita pasar el trance que nos compete en abril próximo.

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