Teratología es voz de origen griego que significa tratado o estudio de los monstruos; de teras, monstruo, y logos, tratado. Pero hay al respecto una restricción semántica en cuya virtud la teratología concierne únicamente a las anomalías y monstruosidades del organismo animal o vegetal, y no se advierte que los monstruos biológicos de la teratología convencional son mucho menos importantes que los que ha imaginado, ideado y creado el hombre desde que era cavernícola. Desde entonces, la teratogenia o producción de monstruos fue desenvolviéndose con pretensión expansiva manifiesta y el Mare Tenebrarum avanzó indetenible, hasta hoy, incluidos, claro está, los últimos monstruos electrónicos y computarizados.
La palabra monstruo tiene en nuestro idioma muchas acepciones; verbigracia, producción contra el orden regular de la naturaleza; ser fantástico que causa espanto; cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea; persona o cosa muy fea; persona muy cruel y perversa; persona de extraordinarias cualidades para desempeñar una actividad determinada.
Hay dos constantes caracterizadoras de las criaturas monstruosas. La primera es el gigantismo o titanismo, el sobredimensionamiento de las producciones teratológicas. Un gorila, por ejemplo, tiene, poco más o menos, la estatura del hombre; pero King Kong, que no es un simio normal, sino un monstruo, mide quince metros de alto. La otra constante teratológica es la combinación de especies. El grifo tenía la parte superior de águila y la inferior de león, con larga cola de reptil. Combinaba tres especies. Pero cuando ya no era simplemente grifo sino hipogrifo, sumaba a las tres especies dichas, el caballo. Era mitad caballo y mitad grifo.
Dice Cirlot que los monstruos aluden a las potencias inferiores constituyentes de los estratos más profundos de la geología espiritual, desde donde pueden reactivarse, como el volcán en erupción, y surgir por la imagen o la acción monstruosa. Lo cual ocurre cuando el hombre primitivo se apodera del timón del alma. Decía Stekel que el hombre primitivo nos acecha todo el día para apoderarse del timón del alma.
Los monstruos no nos son extrínsecos, sino intrínsecos. Ver la monstruosidad en la casa del vecino sin verla primero en la nuestra, o personificarla en el forastero o en el extraño a la tribu, es pifia considerable de malísimas consecuencias.
Guillermo Díaz-Plaja declara convencido que el mundo de los monstruos está con nosotros y nos persigue y forma tal vez las raíces más profundas de nuestra civilización. Más aún: nos es consubstancial.