Los comentarios en torno a la salida de Hugo Coya de IRTP han puesto el énfasis en torno al respeto a la pluralidad de opiniones que todo medio del Estado debe mantener. Esta es una necesidad política innegable para un canal que representa a un Estado y no al gobierno de turno. A lo largo de estos días, sin embargo, he leído pocas opiniones sobre lo que ha sido un gran logro del Canal 7 en los últimos años: la cantidad de buenos programas que ha ofrecido y ofrece, algo que contrasta con la mayor parte de la programación de los demás canales de señal abierta.
Durante estos últimos años, gracias a la gestión de Coya, pero también a la de sus antecesores (quisiera recalcar el trabajo que realizó José Watanabe), hemos podido ver programas de nivel en la televisión peruana. Uno de ellos, mi preferido, es “Sucedió en el Perú”, que bajo la estupenda conducción de Norma Martínez y con la concepción del historiador Limber Lozano ha cumplido diecinueve años de programación. Esta semana el programa dedicado al Archivo de Indias fue uno de los episodios más interesantes (el hallazgo del documento con las trenzas de una agraviada fue a la vez revelador y pintoresco). Otros programas como “Costumbres” con Sonaly Tuesta y “Reportaje al Perú” que conduce Manolo del Castillo descubren escenarios geográficos y prácticas culturales de diferentes regiones. A esto se añaden los programas de libros y “Presencia cultural” y la participación de Ernesto Hermoza, Alonso Rabí y Tanús Simons. Puede decirse lo mismo de “El placer de los ojos” de Ricardo Bedoya, el único programa que trata el cine de forma inteligente y documentada. Estos programas culturales se agregan a los que conducen con enorme calidad, en otros canales, Clara Elvira Ospina y Patricia del Río.
En los últimos meses, soy también un seguidor de los noticieros del Canal 7, que son capaces de mostrar todo lo que va pasando a nuestro alrededor sin rebajarse a las noticias morbosas o intrascendentes. Lo mismo puede decirse de las entrevistas de Carla Harada. El resto de la programación incluye ayuda médica, gastronomía y entretenimiento. Mucha de esta programación estaba allí antes de Hugo Coya, pero él la reforzó y agregó al menos dos novedades: los noticieros matutinos en lenguas nativas y también la interesante superproducción “El último bastión”, que, según me cuentan algunos maestros, se reproduce en muchos colegios. Los acuerdos con otras cadenas internacionales han sido también parte de su gestión. Por otro lado, este episodio ha llevado a replantear el perfil de un ministro de Cultura que debería tener las cualidades de un gestor cultural y no de un creador artístico.
Una anécdota cuenta que, durante la guerra, cuando a Winston Churchill le pidieron reducir la programación cultural de la BBC para gastar más dinero en armas, el primer ministro se negó con una frase famosa: “¿Pero entonces para qué estamos peleando?”. La veracidad de esta historia no está confirmada pero sí sabemos que Churchill dijo en un discurso de 1938 que “las artes son necesarias para una vida nacional completa. El Estado tiene que sostenerlas y estimularlas”. También que se negó a desalojar los cuadros de la National Gallery con otro argumento: “Vamos a ganar la guerra”. La cultura, en cualquiera de sus acepciones, es el núcleo unificador de una sociedad. Su difusión es un asunto de Estado que interesa a la convivencia social y hoy por hoy no hay un medio más poderoso que la televisión. Hugo Coya y otros lo entendieron. Por desgracia, su despido también sucedió en el Perú.