Una absoluta locura. Esta es la mejor forma en que se puede definir lo ocurrido en los mercados financieros estos últimos dos días. Todo empezó el lunes, con el índice Nikkei 225 anotando un descenso de 12,4% al final de la jornada. Una caída mayor que la registrada durante el colapso del Lunes Negro en 1987. Unas horas después, en Wall Street, las pérdidas que se veían desde el 1 de agosto se extendieron y profundizaron: el S&P500 cerró con un retroceso de 3%, el más alto desde setiembre del 2022, y, al mismo tiempo, las empresas del sector tecnológico –cuyas acciones han mantenido un alza imparable desde hace varios meses– perdieron cerca de un billón de dólares de capitalización bursátil al inicio de la jornada; una cifra exorbitante que pudo recuperarse parcialmente ese mismo día. Hubo pánico y, por supuesto, mucho temor sobre qué más podía pasar. Pero tan solo unas horas más tarde seríamos testigos de un giro de 180 grados: ayer martes, el mercado japonés, lejos de seguir cayendo, se recuperaba con fuerza, mientras que Wall Street le ponía fin a una racha de tres días de caídas consecutivas.
El fuerte contraste entre los resultados de ambos días parecería una broma para cualquiera, o hasta una historia mal contada. Pero en los mercados financieros, como hemos visto quienes cubrimos noticias del tema y quienes siguen los indicadores muy de cerca, cualquier cosa puede pasar. Y por ello, antes de tomar cualquier gran decisión financiera, sucumbir de forma repentina ante el pánico o dejarse llevar por los ‘memes’, es clave tener los hechos más importantes sobre la mesa para entender qué está pasando –y sobre todo, qué está por avecinarse–.
Un aspecto clave en esta historia, y al que habrá que mantenerse muy atentos en adelante, es la situación en la que se encuentra la economía de Estados Unidos en la actualidad. Hasta hace unos meses, la mayoría de economistas ponderaba que la producción estadounidense estaba lejos de mostrar signos de una desaceleración. En lo que va del 2024, la economía de EE.UU. ha demostrado mantenerse ‘caliente’. Pero el último informe de empleo estadounidense mostró, para pesar de muchos, que la fiesta podía estar llegando a su fin: la tasa de desempleo alcanzó su nivel más alto en casi tres años, y se percibió un menor ritmo de contratación por empleadores en sectores no agrícolas.
Al mismo tiempo, el fin de semana una noticia ocupaba los titulares de los principales medios financieros: Berkshire Hathaway, liderada por el reconocido empresario Warren Buffett, había vendido gran parte de sus acciones en la tecnológica Apple para aumentar sus reservas en efectivo a 227 mil millones de dólares. Esto, por supuesto, fue tomado como una señal de que Buffett, un profeta del mundo de las inversiones, sabía que algo andaba mal.
Estos y otros datos desencadenaron especulaciones que terminaron en una fortísima venta de acciones y revivieron temores que ya se habían disipado: ¿podría la economía estadounidense, ahora sí, caer en recesión? Con la corrección de ayer, los mercados parecen haber entendido que, en efecto, hubo una reacción un poco extrema, pues es muy pronto para saber la respuesta a estas preguntas. Por el momento, todos los ojos estarán puestos en el simposio de Jackson Hole, donde Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (banco central estadounidense), dará mayor información que permita a los inversionistas tomar decisiones de una manera –esperemos– más sensata.