Gustavo Pastor

Nuestra democracia continúa convirtiéndose en un mercado informal donde los intereses públicos se subastan al mejor postor. Esta situación ha llegado a tales extremos que nuestro sistema representativo viene perdiendo legitimidad entre millones de peruanos bastante desilusionados de sus virtudes. De hecho, los intereses subalternos que dominan nuestra complican la solución de nuestros problemas y desnudan la mediocridad de la mayoría de nuestras autoridades democráticas. Mientras tanto, las tentaciones autoritarias ganan aplausos por todo el continente gracias al desencanto que genera la inoperancia de nuestras instituciones políticas. Ante esta situación, resulta casi imposible no reclamar robustas que modifiquen el rumbo del colapso democrático al que nos dirigimos.

En un artículo anterior, exhortaba a implementar filtros más exigentes para las candidaturas de presidente y congresistas. Esto para forzar a nuestro sistema político a proporcionarnos mejores candidatos que puedan revertir la bancarrota moral e intelectual en la que nos encontramos. Hoy quisiera abogar por dos reformas complementarias que empujarían en esta misma dirección.

La primera es la eliminación del voto obligatorio. Esta obligatoriedad, abandonada en la mayoría de democracias desarrolladas, viene dificultando nuestra gobernabilidad, pues le quita al elector la libertad de poder ejercer o no su voto. Según el Lapop (2019), el 70% de los ciudadanos peruanos no tienen interés en la política, entre otras razones, por la frustración electoral que les provoca la corrupción e ineptitud de nuestros políticos en los tres niveles de gobierno. Este malestar lleva a que millones de peruanos expresen su enojo votando por cualquier candidato que represente la posibilidad de hacer volar el sistema en mil pedazos. Abandonar esta obligación permitiría sincerar las cifras de los ciudadanos que realmente quieren escoger democráticamente un rumbo para el país, eliminando los votos realizados con el hígado, que nos empujan numéricamente a tener que decidir entre lo malo y lo detestable en segunda vuelta. Obviamente, esta medida nos obligaría a prepararnos para contar con altos niveles de abstencionismo, por lo que habría que fortalecer la enseñanza de educación cívica y ciencia política en las escuelas.

La segunda reforma consiste en mover la elección congresal a la segunda vuelta. En las últimas décadas, hemos visto cómo la falta de una bancada grande en el Congreso viene complicando la gobernabilidad o, peor aún, forzando la renuncia o vacancia del presidente. Mover las elecciones parlamentarias a la segunda vuelta empujaría a los electores a votar de manera más utilitaria, decidiendo otorgar o no una mayoría a uno de los dos candidatos presentes en la segunda vuelta. Ello permitiría, entre otras cosas, mejorar las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, disminuir la fragmentación en el Parlamento y reducir el transfuguismo. Otra posibilidad es aplicar la propuesta de Fernando Tuesta Soldevilla sobre tener un sistema de una sola vuelta electoral en el país. Esta medida todavía más radical empujaría al voto útil de los electores ante la imposibilidad de revertir los resultados. Asimismo, según la teoría clásica de Maurice Duverger, esto nos acercaría también al modelo bipartidista.

Imagino que muchos pensarán que estoy exagerando la gravedad de nuestra situación o que estas medidas también traerían consecuencias perversas en el futuro. Lamentablemente, no lo podemos saber hasta evaluar sus efectos sobre nuestra realidad política, pero visto el ‘impasse’ democrático en el que nos encontramos, resulta ingenuo pensar que nuestros enormes problemas se resolverán con diminutas reformas. En teoría, si mejoramos la calidad de nuestros políticos subiendo los requisitos a las candidaturas, sinceramos el voto de aquellos que realmente se interesan en participar en la democracia y reconcentramos las fuerzas políticas en el Parlamento para mejorar sus relaciones con el Ejecutivo, me parece que habremos empezado a reducir algunas brechas que nos separan de las democracias más funcionales. Faltaría que el Congreso revierta la no reelección de congresistas y alcaldes para volver a fomentar la construcción de carreras políticas profesionales en el país. En todo caso, es fundamental que los peruanos deliberemos sobre cómo rediseñar un modelo democrático que nos funcione mejor. Ello pasa, en mi opinión, primero, por construir un sistema político que sea capaz de resolver los graves problemas que nos aquejan.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gustavo Pastor es director de Palas Atenea Consultores

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