La selva pendiente, por Nora Sugobono
La selva pendiente, por Nora Sugobono
Nora Sugobono

Mi madre pasó algunos años de su infancia en Iquitos. La historia de cómo un mono tití se le prendió de la cabeza y mordió su oreja fascinó mi propia niñez desde que tengo recuerdo. Solía imaginar cómo habría sido crecer allí. Respirar el aire caluroso, bañarme en el río; ver colores que hasta ese momento me eran lejanos. El destino me llevaría a acercarme a la –más adelante en la vida– primero a través de la mesa; un espacio desde donde también se pueden descubrir territorios inexplorados. Aquel fue mi punto de partida.

Aguaje, camu camu, pitahaya, chonta y cocona se presentaron como bocados hechizantes, servidos –principalmente– a través de los viajes de investigación del cocinero Pedro Miguel Schiaffino, pionero en la puesta en valor de los sabores amazónicos (recientemente, Schiaffino ha empezado a utilizar una variedad de vainilla peruana cultivada en Junín; la gran mayoría en el mercado es importada). Les siguió el paiche, pescado que ha encontrado un sitio respetable en restaurantes de algunas capitales gastronómicas. Y así en adelante. Pero nada de lo mencionado, por exótico o vistoso, posee el mismo poderío que concentra el peruano. Este 2016 merece un lugar más protagónico.

Su alta calidad es solo uno de los alicientes: el cultivo del cacao también viene sirviendo para la recuperación de zonas cocaleras en la selva. El valle del Monzón, ubicado en la provincia de Huamalíes, departamento de Huánuco, es un caso importante. A través de un programa gestionado por Devida (Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas), miles de hectá- reas destinadas al cultivo de coca en el distrito han encontrado una nueva utilidad con el cacao, y también con el café. La iniciativa ha dado sus frutos, pero la temporalidad de estos cultivos –a largo plazo–, frente a los de la coca –corto y mediano– sigue representando un reto. Capacitaciones, alianzas estratégicas con organizaciones y la implementación de biohuertos, entre otros, ayudan a que el trabajo en la zona continúe encaminado. Pero hay más temas por atender.

Iván Murrunaga es un chocolatero piurano que hace seis meses abandonó Cacaosuyo, la marca de chocolates de calidad más exitosa de los últimos años (solo en el 2015 ganaron varias categorías de The International Chocolate Awards), para dedicarse a la investigación en su tierra natal. Iván, como muchos otros en su rubro, se ha pronunciado sobre las consecuencias que la minería ilegal trae para el desarrollo del cacao. Una imparable deforestación frente al limitado trabajo de asociaciones pequeñas componen la problemática. Esto se siente con más notoriedad, según indica, en zonas como Puerto Maldonado, “donde tienen un cacao muy interesante, pero con muy poca producción debido a ello”, cuenta. Hay un gran pendiente con el cacao –y con la selva– este año que entra. Afortunadamente, también hay ganas de hacer las cosas bien.