Comienzan a hacer falta nuevos términos para referirse al superlativo grado de estupidez que algunos programas de nuestra televisión son capaces de alcanzar bajo el pretexto de entretener al público.
Nadie nos obliga a mirar, por supuesto. Y es cierto que uno siempre puede cambiar de canal o apagar la televisión. Pero eso no exonera a los productores de estos programas —ni a los directivos que los mantienen en pantalla— de la responsabilidad de pensar, aquella facultad cuya suspensión parece justificarse con cada vez mayor frecuencia cuando de tomar el camino fácil para conseguir audiencia se trata.
Si hace poco el aporte de un programa consistió en hacer comer cucarachas a una menor a cambio de una promesa de viaje con sus compañeros de clase, esta vez, a propósito del partido que más tarde disputaríamos con Bolivia, el programa “Al Aire”, de América Televisión, tuvo la inspirada ocurrencia de enfrentar ante cámaras a dos equipos femeninos: el de unas esbeltas y blancas modelos con la camiseta peruana versus el de unas mamachas con la de Bolivia.
Dirán algunos que es una tontería. Y claro que lo es. Pero eso no significa que, como con tantas otras, debamos simplemente pasarla por alto. Porque, aunque se trate de un programa de brincos y chillidos, refleja una manera de ver al Perú y a Bolivia —quizá las dos naciones más artificialmente separadas en países distintos de todo el sur del continente— que toma por normal y hasta por divertido el menosprecio por lo indígena, aquel componente fundamental de nuestra identidad y de nuestra historia que insistimos en no querer reconocer en el espejo —a menos de que se trate de un comercial para fomentar el turismo—.
Representarnos, en tan absurdo contraste con Bolivia, como un país sin rastro alguno de presencia indígena, no solo es evidencia de un inexcusable nivel de pereza mental, sino que es sobre todo un insulto hacia millones de peruanas y peruanos, multiplicados repentinamente por cero y borrados del territorio simbólico de nuestras pantallas por los creativos a cargo de la gratuita y estridente algarabía de este show de la una de la tarde.
Qué lamentable sensación de facilismo y descuido despide tan a menudo nuestra televisión. Qué garrafal falta de conciencia sobre quiénes somos. Qué flagrante renuncia a la imaginación, a la originalidad, al riesgo. Qué resignada recurrencia al copy-paste y a la franquicia. Qué desmesurado homenaje a la gincana.
Que mucha gente tenga el televisor prendido no basta como excusa para encogerse de hombros y alegar que se trata solo de “entretenimiento” o de “lo que le gusta a la gente”. El respeto a la dignidad de las personas, especialmente la de quienes pertenecen a grupos históricamente relegados, no deja de ser exigible simplemente porque algunos programas se hayan acostumbrado a no tener que pensar en lo que hacen.