Jakeline Caal es el nombre de la migrante guatemalteca que murió este mes en custodia de las autoridades norteamericanas. Tenía 7 años. De acuerdo a fuentes oficiales, ella no tuvo suficiente agua ni comida en los días previos a cruzar la frontera; sin embargo, su padre refuta esta versión. Lo que sucedió exactamente deberá ser esclarecido en las próximas semanas, pero el caso recuerda a Alan Kurdi, el niño de 3 años que murió ahogado cuando su familia intentaba llegar a Grecia.
Mientras que Alan se convirtió en un emblema de la crisis de refugiados sirios, Jakeline es el rostro más duro de la migración a los países del norte. En especial, de la migración infantil, que este año acaparó portadas por la política estadounidense que en la práctica separaba a los niños de sus padres en los centros de detención de migrantes. Todos recordamos sin duda las fotos de niños llorando solos y muchas veces en cuartos que más parecían jaulas. La política fue finalmente revocada, y un informe de la oficina del inspector general del Departamento de Seguridad Nacional, publicado a fines de setiembre de este año, encontró varios defectos en su implementación, entre ellos que los padres no siempre fueron correctamente informados de que los iban a separar de sus hijos y que algunos no podían comunicarse con ellos.
El problema de los niños migrantes entrelaza asuntos que van desde políticas migratorias y soberanía de los países receptores hasta las decisiones de los padres de embarcarse en el trayecto, pero más allá del grado de responsabilidad que en cada caso tienen los unos o los otros, lo cierto es que niños inocentes están siendo expuestos a distintos peligros. Y estamos hablando de millones de niños: para el 2016, había 31 millones de menores viviendo fuera de su país de nacimiento, once millones de ellos refugiados o solicitando asilo. Un estudio publicado por Unicef en el 2016 detalla los riesgos que enfrentan los menores migrantes. Primero, y especialmente cuando viajan solos, son vulnerables a las rutas de pasaje peligrosas, al abandono de las personas que contratan para guiarlos y al trato inhumano durante el trayecto. Para quienes sobreviven (solo este año han muerto más de 4.000 migrantes) los peligros se mantienen. Pueden ser detenidos, explotados por empleadores que abusen de su situación, enfrentarse a consecuencias psicológicas del viaje y separación de su familia, sufrir ‘bullying’ y discriminación, y tener dificultades para acceder a la educación o a los servicios de salud. Y en situaciones de desplazamiento muy estresantes para la familia existe el riesgo de que la violencia en la casa empeore.
En el último año muchos niños venezolanos han llegado por tierra al Perú de la mano de padres y familiares en un trayecto que, de acuerdo al “Plan de respuesta regional para refugiados y migrantes de Venezuela” de la Organización Internacional para las Migraciones publicado ayer, incluye riesgos como rutas peligrosas, extorsión, amenazas, discriminación, violencia, tráfico y explotación. En nuestro país hay 23 mil venezolanos matriculados en el colegio, y también aquí encuentran barreras: “Muchos niños tienen problemas con la validación de sus certificados por la falta de documentación adecuada. Otros no están en la escuela por falta de recursos financieros o falta de cupos, entre otras razones. La capacidad del sistema educativo está bajo presión y no puede garantizar la calidad de la educación para todos los niños venezolanos”.
A pesar de todo esto, en nuestro imaginario los migrantes siguen siendo adultos. Ellos son el centro de nuestras discusiones sobre migración. Por eso hablamos de su impacto en la economía y en los trabajos, y tendemos a dejar de lado importantes temas como la vida de los menores que se tienen que integrar a una sociedad nueva. ¿O recordamos la última vez que nos sentamos a discutir con nuestros hijos sobre, por ejemplo, la importancia de que reciban con respeto a sus compañeros de clase venezolanos? Hoy, que se votará en la ONU la firma de un acuerdo no vinculante sobre cómo abordar de manera común el tema de la migración, incluida la infantil, quizás sea el momento ideal para incluirlos en nuestras conversaciones.