Miles de jóvenes protestaron contra la llamada #leypulpín (Ley que Promueve el Acceso de Jóvenes al Mercado Laboral y a la Protección Social). Y el gobierno los reprimió cuando solo debió vigilar; hubo palazos, gases lacrimógenos, detenidos y un patrullero atropelló a un joven en San Isidro. ¿Resultado? Más jóvenes indignados, ya no contra la ley sino contra la repre. Las protestas del jueves debilitan más al humalismo y da a sus adversarios imágenes icónicas del abuso, como la ya viralizada de un policía a caballo amenazando, con un garrote, a jóvenes contra la pared.
¿Es mala la ley? Un poco, pues no recoge la visión económica de los supuestos beneficiarios. ¿Puede mejorarse? Seguro, pero el problema es que el presidente Humala y sus promesas incumplidas han creado un fértil terreno para que los grupos radicales siembren dudas, discordia e indignación. Un empujoncito y miles salen a las calles.
Ayer Humala invocó a los jóvenes a informarse “bien” sobre la nueva norma. ¡Qué tal! Él debió analizar antes cómo podría tomarse esta ley, si era el momento adecuado para promulgarla, y cómo comunicarla adecuadamente. El presidente reiteró su respaldo a esta ley (el objetivo es promover el trabajo formal de unas 300 mil personas, de 18 a 24 años). Un respaldo solitario en el que apenas lo acompañan los ministros y una parte de su bancada.
La intención de la ley puede parecer positiva, pero no para los desconfiados. Algunos creen que podrían ser despedidos y sustituidos por quienes se acojan a la nueva ley, pues su mano de obra resultará más barata (salario mínimo). Otros más sensibles, consideran injusto que a sus pares no se les reconozcan los mismos derechos, como la CTS por ejemplo. En cuanto a la vasta población juvenil acostumbrada a recursearse desde temprana edad, poco le interesa esta ley: es difícil que quienes dependen de la inmediatez para sobrevivir vean más allá de mañana. En esos sectores vulnerables, además, ganar dinero es visto como algo familiar, colectivo.
La #leypulpín no ha mirado con atención nuestra realidad. A los 18 años, por ejemplo, la mayoría de jóvenes de escasos recursos son ya veteranos en el arte del cachuelo. ¿O no existe el trabajo infantil? Además, el salario mínimo en el Perú (de unos U$270 mensuales) es el segundo más bajo entre los países de la Alianza del Pacífico y, en la práctica, hasta los saltimbanquis de semáforo ganan más. Pero hay algo más.
Trabajar, trabajar y trabajar (por la familia) es la lógica de los beneficiarios de esta ley. Acumular para que alguno de ellos estudie, porque ese uno accederá a un buen trabajo -con todos sus beneficios- y ayudará al resto.
Millones de peruanos viven como ilegales en el extranjero; trabajan en lo que sea para progresar y enviar dinero a casa. De hecho esas remesas se acercan a los tres mil millones de dólares anuales, o sea casi diez veces más de lo que el Estado destinará (600 millones de soles) para capacitar a los “chibolos pulpín”. ¡Bienvenidos a la realidad!