Hace unos días el gigante tecnológico Apple presentaba su nuevo dispositivo de realidad virtual, sumándose a muchas otras compañías, en una tendencia que parece cada vez más inevitable: ofrecer una realidad virtual o –quizá solo– ampliar los límites de la realidad que existe para el que lleva puesto el dispositivo de realidad virtual. Muchas novelas y películas distópicas ya han elaborado sobre estas realidades alternativas, quizá la más lograda haya sido la saga de “Matrix”. En todas, el poder de convencimiento de que la realidad virtual reemplaza al mundo real es implacable, hasta tal punto que si mueren en mundo virtual también lo hacen en el real.
Los políticos no pueden vivir en el metaverso, deben desconectarse de la ‘matrix’ y rendir cuentas de sus decisiones. Pero en la política peruana se insiste –con mucho cinismo– en vivir en el metaverso, creyendo que son la barricada democrática, cuando más bien muchos son un dechado de irresponsables políticos, temerarios corsarios que deambulan sujetando el botín, la recompensa inmediata, la captura para imponer a su círculo más leal sin ninguna intención de mejorar la lozanía de la política peruana. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nuestros congresistas dijeron que adelantarían elecciones pero que los dejaran trabajar en reformas para que el sistema de representación mejorara? Muchísimo tiempo y, sin embargo, ninguna reforma ha llegado desde el Congreso, porque jamás les importó una reforma, sino la captura.
En estados patrimonialistas, puedes argumentar que vas a defender ideas políticas, que vas a combatir el comunismo, la corrupción, el caviarismo, la ideología de género; pero, en el fondo, cuando ya las condiciones de conflicto más álgidas han pasado, entonces puedes dar rienda suelta a tu agenda más pragmática y desfachatada. Comienzan por la Defensoría del Pueblo por aquí, la Sunedu por allá, los organismos electorales como ONPE o el Jurado Nacional de Elecciones y toda institución que consideren que hay que copar y, terminan, con todos los procesos políticos que sean necesarios para evitar que los rivales políticos accedan al poder.
En un sistema democrático, los políticos elegidos tienen responsabilidad política y rinden cuentas a los ciudadanos que los eligieron. Pero los congresistas peruanos no solo viven en su metaverso, sino que han creído que esa es la única realidad. Más que peripatéticos, son kantianos criollos y su imperativo categórico se resume en un “les exijo a los demás aquello que jamás sería capaz de exigirme a mí mismo”. Por ejemplo, la bicameralidad es una reforma que podría contribuir a mejorar la representación política, pero si solo la quieres para burlar la reelección congresal y establecer una institución a la que puedas llegar y, además, quieres evitar debatirla con la diversidad y seriedad que merece, entonces, conviertes una interesante idea política en una medida quizá más impopular de lo que inicialmente podría haber sido y la reforma se convierte en una contrarreforma para acorralar la voluntad general de los ciudadanos.
Sin responsabilidad política, no hay democracia que resista y la peruana no será la excepción. Los políticos peruanos pueden tener cierta impunidad votando leyes y acuerdos que son esperpentos, capturando instituciones. Pero ¿a qué costo? Los políticos no pueden vivir en el metaverso, deben desconectarse de la ‘matrix’ y rendir cuentas a los ciudadanos. Lo dice Robert Alan Dahl en “La democracia y sus críticos” y lo repiten Pippa Norris o Arend Lijphart. La evidencia es descomunalmente abrumadora, sin responsabilidad política solo cultivas un deterioro que atacan y debilita la democracia futura.
En este interregno precario peruano de Dina Boluarte, que el ‘establishment’ ha aceptado más con resignación que con entusiasmo, los congresistas peruanos parecen olvidar que el descontento del país no ha desaparecido, aunque ellos vivan en el metaverso –Ipsos, por ejemplo, ha mostrado que la desaprobación ciudadana es similar en todas las bancadas del Congreso–. Las condiciones que permitieron el ascenso de un populista mediocre como Pedro Castillo no han cesado, se han agudizado. La pobreza ha crecido, la inflación ha golpeado y nadie ha pagado el precio político de decenas de muertes tras la ascensión de Dina Boluarte. ¿Qué esperan nuestros congresistas que pase cuando vayan a elecciones?, ¿realmente esperan que en la próxima elección van a tener alguna remota posibilidad de triunfar?, ¿piensan que podrán zarandear al país como lo hacen en sus curules con congresistas con los que discrepan? En el metaverso político peruano no hay responsabilidad política, se vive de ridículo en ridículo hasta que el país vuelva a convertirse –predeciblemente– en un llano en llamas.