"Podría decirse que, en la década de los ochenta, el liderazgo de la derecha ciertamente mostraba líneas programáticas relevantes". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Podría decirse que, en la década de los ochenta, el liderazgo de la derecha ciertamente mostraba líneas programáticas relevantes". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Martín  Tanaka

Hace un par de semanas comentaba sobre cómo nuestra derecha pasó de estar relativamente cohesionada en torno a la defensa del modelo económico orientado al mercado y de la institucionalidad democrática frente a las amenazas del populismo a fragmentarse tanto en cuanto a qué hacer con la economía como en situarse frente al legado del autoritarismo de la década de los noventa y en torno a qué valores defender, si seguir una orientación liberal promoviendo el derecho a la identidad y a la autoexpresión individual o uno más conservador, defendiendo valores religiosos y familiares tradicionales. Creo que para entender mejor estos dilemas ayuda el considerar algunas tradiciones intelectuales y políticas de más larga duración que estarían en la base de esta fragmentación.

El mundo de la derecha política tiene ciertamente varias tradiciones y vertientes. Desde que se usa esta taxonomía (derecha frente a la izquierda y el centro, de los que me ocuparé más adelante), la derecha solía definirse, frente a la izquierda, por su defensa del capitalismo en lo económico y de la democracia liberal en lo político. En cuanto a lo valorativo, podría decirse que había cierta diversidad; en un extremo podríamos ubicar a una derecha liberal, laica e identificada con valores que enfatizan la libertad individual, y una derecha más conservadora, católica, defensora de valores tradicionales.

Uno de los dramas de la política peruana es que nunca logramos tener una derecha política electoralmente competiviva, ni construir propiamente un sistema político sobre bases doctrinarias o programáticas. Esto hizo que a lo largo del siglo XX, cuando sectores de derecha se sintieron amenazados por el Apra, se recurriera al golpe militar y al establecimiento de dictaduras; es decir, privilegiar el statu quo y el mantenimiento del orden. En esta dirección, habría que reconocer que en la derecha, por debajo de las discusiones ideológicas o programáticas, existe un sustrato simplemente autoritario, excluyente, discriminador.

Podría decirse que, en la década de los ochenta, el liderazgo de la derecha ciertamente mostraba líneas programáticas relevantes: teníamos al socialcristianismo del PPC, un proyecto tecnocrático liberal dentro de AP, que llegó al poder a través de las elecciones. Más adelante, Hernando de Soto planteó una “revolución informal”, propuesta que buscó acercar el liberalismo a los sectores populares y disputar su representación con grupos de izquierda, y Mario Vargas Llosa intentó darle forma a un gran frente político sobre bases doctrinarias. Qué lejanos parecen ahora esos tiempos. En el camino el fujimorismo marcó una división alrededor del respeto al Estado de derecho y los derechos humanos, pero el temor al posible populismo de Alan García o al “chavismo” de Ollanta Humala los hizo nuevamente cerrar filas. En el tiempo reciente, la desaceleración económica llevó a un nuevo clivaje referido a cómo relanzar el modelo económico (para unos, renovar los esfuerzos por atraer la inversión privada, atacando trabas burocráticas y regulatorias; para otros, implementar reformas institucionales e intentar diversificar nuestro patrón de desarrollo). Finalmente, se abrió una importante fisura en cuanto a lo valorativo entre liberales y conservadores, viejo clivaje de la política del siglo XIX.

La crisis de las opciones políticas de derecha de los últimos años (lideradas por Lourdes Flores, Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski), la creciente pérdida de referentes ideológicos y programáticos en la política, el pragmatismo y oportunismo desenfrenados, así como ciertos avances parciales de una agenda progresista (en temas de género, por ejemplo) parecen haber generado mayor espacio para propuestas más conservadoras y extremistas: que reivindican el mantenimiento del orden con discursos sobre lo popular en los que prima la idea de la “manipulación ideológica” por parte de la izquierda (en realidad casi inexistente), una vuelta a tradiciones fuertemente excluyentes, para las cuales cualquier muestra de tolerancia o pluralismo parecen concesiones inaceptables o traiciones. Necesitamos una derecha democrática, con mayor sintonía con el mundo popular, más moderna en sus valores, con mayor vocación para lograr la inclusión social.

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