Alexander Huerta-Mercado

Hace poco me sorprendió el sonido de fuegos artificiales y el olor a pólvora que dejaban en el ambiente, acompañados de un sonido de banda y algunas frases lejanas en megáfonos. No tardé en descubrir que se trataba de una versión distrital de la procesión del Señor de los Milagros y caí en la cuenta de que hemos regresado a los masivos, públicos, participativos y trascendentes.

No es que durante la pandemia no hayamos tenido rituales. Recordemos la costumbre de aplaudir a las ocho de la noche y cantar ‘Contigo Perú’ cuando estábamos radicalmente encerrados. Fue una ocasión donde descubrimos que, como especie, creamos, recreamos y participamos en rituales que, aun en la pandemia y la incertidumbre, necesitábamos generar performances colectivas que nos dieran la ilusión de que aún teníamos el control y que lograban, desde el encierro, mantenernos unidos. Y preparémonos, que vienen más rituales en estos días; es decir, veremos y participaremos en acciones colectivas, teatralizadas y cíclicas, cuya eficacia en un primer momento fue abrir un portal con lo sagrado y que ahora han ampliado sus funciones aun en un mundo menos religioso.

Parece mentira, pero la conjunción de dos celebraciones de esta época, como lo es la de Halloween con el Día de los Muertos, parece estar relacionada con celebraciones del hemisferio norte de Europa, donde el cielo era constantemente observado para predecir místicamente el destino humano y, de manera concreta, el devenir de las estaciones y las posibilidades agrícolas. En pocas palabras, celebramos fechas que se originan en el espacio exterior. Como la órbita de nuestro planeta en torno del Sol describe un óvalo, durante los solsticios se encuentra más lejos del Sol y durante los más cerca. Y como la Tierra es una esfera atravesada como un anticucho por un eje inclinado, el impacto de los rayos solares hace que durante los solsticios los rayos caigan en forma desigual en los hemisferios, generando en el norte días más largos y noches más cortas en verano, y días de igual duración durante el equinoccio.

¿Sonó complicado? A finales de octubre y comienzos de noviembre estamos a la mitad del tiempo que separa el equinoccio del solsticio, anunciando noches más largas en el norte, dando fin al ciclo de cosechas para los celtas, que lo consideraban el inicio de un ciclo nuevo y celebración del pasado. Imagínense, pues, que tener a los niños disfrazados de fantasmitas y brujitas, o el brindar en los cementerios, son manifestaciones rituales cuyo origen remite a una cultura indoeuropea, cuyos orígenes se remontan a la edad de hierro, y que han ido transformándose por milenios de acuerdo con el cruce entre distintas tradiciones.

Pero hay rituales cuyos orígenes son mucho más cercanos, como el Día de la Canción Criolla, que recuerda la fecha del fallecimiento de la reconocida intérprete Lucha Reyes y que se ubica en el contexto del mes morado debido a la primera procesión en este mes luego del terremoto de 1687. Religión e identidad que marcan el inicio de la última parte del año y que, por un lado, une a distintas generaciones de peruanos al tiempo que se mantienen como un recuerdo permanente en diferentes edades de nuestra vida.

Si no tuviéramos rituales, los inventaríamos. Los necesitamos. Nuestra existencia social depende de ellos. Si bien originalmente los rituales eran una forma eficaz de abrir un portal con el mundo sagrado y convocar a lo que cada sociedad consideró divino, siempre han sido la mejor manera de mantener integrada a la comunidad, ya sea del grupo mayor o de la familia, un desfile patrio, el coro de la blanquirroja o los ritos que unen a nuestro grupo personal. Por ejemplo, querido lector, seguramente usted recordará que la última vez que ha visto a su familia extendida ha sido durante algún ritual del tipo matrimonio o fiesta de 15 años.

Todo ritual nos permite ver a la sociedad en miniatura, ya sea en una procesión, en un culto o en una reunión infantil. Podemos observar cómo las personas disponen del espacio. Veremos quiénes ocupan espacios de poder, cuáles son los roles de género y quiénes están en la periferia; una fotografía viva que transmite, a través de diferentes generaciones, una historia que la sociedad se cuenta a sí misma.

Es fácil predecir que tendremos muchos rituales masivos, pues ahora necesitamos reafirmar más que nunca el ‘nosotros’ colectivo. Hemos estado encerrados, enmascarados y con temor de la multitud. Como nunca, hemos pasado por un período de dos años en los que el contacto cercano era tabú. Queda demostrado que Internet no ha absorbido a la mayoría de los peruanos y que aún la calle es nuestro lugar de acción y reunión. Somos seres sociales y tenemos que ritualizarlo.

Toda tradición es inventada y renovada. Es necesario que incluyamos en nuestra nueva tradición ritual el deber de cuidado, pues aún estamos en pandemia. Dios perdona nuestros pecados, pero el bendito virus no lo hará.

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP

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