“¿Hay algo en nuestra sociedad que nos lleva a la corrupción?”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“¿Hay algo en nuestra sociedad que nos lleva a la corrupción?”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Alonso Cueto

Los casos de nombramientos sospechosos, de favores políticos y familiares, de contratos ilícitos, son episodios de la normalidad y casi del hábito. Uno puede preguntarse qué fue lo que pasó con alguno de los valores morales que alguna vez conocimos. En algún momento de nuestras vidas, hemos sabido de autoridades que tenían un genuino sentido del idealismo y del sacrificio. Gente capaz de hacer cualquier cosa en sus manos por el bien colectivo. No son extraños. Están aquí cerca y una de las más cercanas es . Están también en la cantidad de médicos y enfermeras que se sacrificaron y lo siguen haciendo. Podemos ver algunos ejemplos de sacrificio en nuestra familia, en nuestros conocidos, en nuestro barrio. Algunos de nuestros expresidentes –entre ellos Fernando Belaúnde, Valentín Paniagua y Francisco Sagasti– tienen un lugar en el grupo de las autoridades sobre las que nunca recayó una sospecha de .

He pensado con frecuencia que una de las causas es la distancia que los corruptos sienten frente a su país. “Como el Estado o el país no me interesan, puedo venir a saquearlo sin problema”, es el proceso que sigue este razonamiento. Basta con que me ponga el sombrero o baile huaynos; es decir, finja ser un patriota. Otra explicación es que esta separación viene de una cultura en la que se considera ganador a quien se aprovecha ilegalmente del sistema. Es la que enseña que uno no puede sobrevivir en un mundo corrupto sin serlo. Un padre me dijo alguna vez que no sabía si educar a sus hijos para que siguieran las reglas o para aprovecharse ilícitamente de ellas cuando pudieran. “Si no les enseño a ser un poco corruptos, mis hijos van a ser unos fracasados o unas víctimas”, agregó. Hay que recordar, por otro lado, que el curso de Educación Cívica no se enseña hace mucho tiempo en los colegios.

Es obvio que los peruanos no tenemos la exclusividad. Hay corrupción incluso en países como Nueva Zelanda y Dinamarca, que quizá son los menos corruptos del mundo. Pero en esos lugares la corrupción tiene niveles mínimos. En el Perú, empezando por la mayor parte de los gobiernos y las autoridades, es una plaga. Un libro fundamental para entender su extensión es “El círculo de la corrupción en los gobiernos regionales”, escrito por varios autores y auspiciado por la fundación Konrad Adenauer y la Universidad Ruiz de Montoya.

Siempre me he preguntado si la moral es o puede ser un instinto en los seres humanos. ¿Es algo que aprendemos o que nace con nosotros? En cierto sentido, se trata (o debería tratarse) de un instinto de preservación. Quienes rechazan una coima, quienes ponen a los mejores profesionales y no a los amigos en un puesto, están actuando con un instinto de supervivencia. Están haciendo lo mejor para ellos mismos, para su familia, para la sociedad en la que viven. En ese sentido, no hay nada más práctico que ser una persona con principios. Para empezar, puede evitar la cárcel y la vergüenza. Es difícil explicar cómo algunos (Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García) que pudieron hacer que sus gobiernos fueran dignos echaran su nombre en el basurero de la historia.

¿Hay algo en nuestra sociedad que nos lleva a la corrupción? Creo que una de las razones es la gran brecha de la desconfianza colectiva que crea una cultura del aprovechamiento propio. Un país más integrado sería menos corrupto. También es cierto que la corrupción se vuelve más popular cuando las principales autoridades del país la practican. Es lo que pasa hoy. La vieja normalidad.

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