En artículos anteriores sostuve que, para empoderar a los más pobres con la finalidad de que dejen de serlo, se deben tomar medidas económicas, políticas y sociales que apunten hacia esa dirección, las que deben ser combinadas.
El empoderamiento tiene que ser democrático, porque mientras una nación sea más democrática, el poder estará más y mejor distribuido en la sociedad civil. Además, el proceso de empoderamiento de los pobres se debe organizar a través de prácticas e instituciones democráticas.
Como se sabe, allí donde hay pobreza, el libre mercado, que se basa en la libre competencia, puede contribuir al crecimiento económico y, con ello, aumentar el empleo. Pero también, como ha quedado demostrado sobre todo en los países muy pobres e incluso en aquellos de desarrollo económico medio, las políticas económicas basadas solo en la inversión privada e incluso pública en el marco de una sociedad capitalista son insuficientes. Siempre se mantiene un bolsón de pobreza y, en consecuencia, millones de personas quedan descontentas con un modelo impuesto, en algunos casos, por dictaduras de ultraderecha, como la de Augusto Pinochet en Chile, la de los militares argentinos y la de Alberto Fujimori en el Perú.
Ahora, dicho modelo tiene rango constitucional y en nuestro caso figura como una economía social de mercado, tal y como estaba en la Constitución de 1979. Pero este enunciado normativo no se expresa en nuestra sociedad, porque el modelo neoliberal que se aplica tiene mucho de económico y poco de social. No hemos podido lograr el equilibrio necesario que debe existir entre los dos.
Ante este ‘impasse’, una de las soluciones para que las personas puedan salir de la miseria es dar dinero gratis a los pobres. Ese dinero servirá para que inicien libremente sus estrategias antipobreza y elaboren sus proyectos de vida. Es falsa la idea de quienes afirman que dar dinero gratis a los pobres los hace holgazanes. Ello, porque, salvo raras excepciones, nadie quiere vivir en la pobreza.
Como explica el especialista en este asunto Michael Faye, fundador de Give Directly, deben ser los mismo pobres quienes elijan qué hacer con su dinero, cómo usarlo, cómo invertirlo; sin duda una práctica muy democrática, porque el beneficiado decide su destino económico.
Rutger Bregman, en su obra “Utopía para realistas”, informa que un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts señala que las subvenciones en efectivo de Give Directly estimulan un aumento duradero del 38% de los ingresos. Asimismo, potencian la adquisición de vivienda y posesión de ganado hasta en un 58% y reducen en un 42% el número de días que los niños pasan hambre. Además, el 93% de la donación se entrega en las manos de los receptores.
Hace unos años, la famosa revista médica “The Lancet”, en un interesante artículo, resumió esta iniciativa diciendo que, de hecho, cuando los pobres reciben dinero sin condiciones tienden a trabajar más. Este experimento se ha aplicado en diversos países del sur global con importantes resultados, como Namibia, Malaui, Brasil, India, México y Sudáfrica. Debería aplicarse en el Perú.
En su obra “El fin de la pobreza”, Jeffrey Sachs sostiene que los países ricos deberían aportar US$195.000 millones al año en cooperación entre los años 2005 y 2025, y que al final de este período habría podido haber desaparecido completamente la pobreza. Evidentemente, los países ricos no le hicieron caso.
Frente a la famosa frase de Confucio con relación a la pobreza, “no des pescado, sino enseña a pescar”, anteponemos la de Arquímedes: “Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”.
Sin duda la lucha contra la pobreza es una tarea titánica que debe comprometer a los ciudadanos, al Estado y a los empresarios. Pero para lograr esta meta debemos organizar una economía basada en la solidaridad y no en el egoísmo. Es el gran reto que tiene la humanidad por delante y un desafío para las actuales y futuras generaciones.
En el Éxodo 16 se dice que el pueblo de Israel, en su largo viaje para escapar de la esclavitud, recibió maná del cielo. Este regalo no los convirtió en holgazanes; por el contrario, les permitió continuar su camino. Y ellos no tenían ni la ciencia, ni la tecnología, ni el dinero que tenemos hoy. No hay excusa. Tenemos todo para la realización de la utopía más extraordinaria: la eliminación de la pobreza.