La empatía, definida como la capacidad de comprender y compartir las emociones de los demás, ha cobrado relevancia no solo en las relaciones interpersonales, sino también en la política y la gestión empresarial. A medida que el mundo se interconecta más y las demandas sociales crecen, la capacidad de comprender y responder a las emociones, perspectivas y experiencias de los demás se ha vuelto más importante.
La empatía se puede clasificar en tres tipos principales: emocional, cognitiva y de acción. La empatía emocional está basada en la capacidad de sentir lo que los demás experimentan. Va más allá de las palabras y se basa en la intuición y las señales no verbales, reflejando una conexión profunda con los sentimientos del otro. Por otro lado, la empatía cognitiva consiste en entender y racionalizar las emociones de los demás. Se centra en captar el contexto, las causas y los efectos de sus emociones sin emitir juicios. La empatía de acción va más allá de sentir o entender emociones; se manifiesta a través de pasos proactivos para responder a las necesidades de los demás.
En la política, la empatía implica no solo la comprensión intelectual de las necesidades de los ciudadanos, sino también la capacidad de los líderes para “ponerse en el lugar” del otro y tomar decisiones que reflejen esa comprensión. En un país donde los ciudadanos perciben a los políticos como distantes e incapaces de responder a sus problemas, fomentar la empatía puede ser un cambio significativo. Los líderes que muestran interés genuino por las preocupaciones de la población y actúan en consecuencia logran una mayor aceptación y respaldo de sus ciudadanos. En la política peruana, en particular, la falta de empatía se ha manifestado en la ineficiencia para abordar problemas críticos como la inseguridad, la corrupción y la falta de acceso a servicios básicos. Los líderes políticos que no escuchan ni entienden las preocupaciones de los ciudadanos corren el riesgo de ser percibidos como insensibles y desconectados de la realidad.
El paro nacional y las recientes movilizaciones sociales son un claro ejemplo de esto. La protesta, convocada por diversas organizaciones sociales y gremios, surgió como una reacción al descontento generalizado ante la inacción del Gobierno frente a problemas. La inseguridad ciudadana, particularmente el cobro de cupos por bandas criminales, sigue en aumento, afectando tanto a pequeños empresarios como a ciudadanos comunes que se ven extorsionados y amenazados diariamente. Este aumento de la criminalidad genera un clima de miedo e incertidumbre y la percepción de que las autoridades no están tomando medidas efectivas para resolver esta situación solo incrementa la frustración de la población.
Los manifestantes no solo demandan cambios en las políticas, sino también un liderazgo que demuestre una verdadera capacidad de escuchar y de actuar en función de las necesidades ciudadanas. La convocatoria al paro refleja la percepción de una clase política que no comprende la magnitud de las preocupaciones de la población, lo que agrava la desconfianza y la desconexión entre autoridades y ciudadanos. La falta de empatía en este caso se traduce en un distanciamiento de los líderes, que parecen no captar el impacto real de los problemas en la vida diaria de la población.
La empatía no es simplemente una habilidad blanda; es una herramienta estratégica. En un contexto como el peruano, su ausencia puede profundizar aún más las divisiones sociales y políticas. La empatía tiene el poder de transformar no solo la manera en que se toman decisiones, sino también cómo se comunican y perciben las acciones de las autoridades e instituciones. Al comprender y actuar en base a las necesidades de los ciudadanos, los líderes pueden recuperar la confianza perdida y fortalecer el vínculo con la población. En última instancia, fomentar la empatía puede ser el camino hacia un Perú más unido, donde las políticas reflejen un compromiso real con las personas y una visión de futuro compartida.