Carmen McEvoy

En agosto de 1959, un afiche con la fotografía de se publicó tanto en “El Pueblo” como en “El Deber” de Arequipa. El texto, que entristeció muchísimo a la cantante, decía lo siguiente: “la señora Emperatriz Chávarri de Vivanco, llamada también Yma Súmac, ha tenido el desacierto de venir a lo que fue su patria. Mayor desacierto aún ha sido venir a cantar a Arequipa”. Aunque no era posible impedirle que viajará por el , “la colectividad arequipeña” la declaró una persona ‘non grata’ y por ello solicitó se le impidiera actuar en el Teatro Municipal.

En los inicios de su fulgurante carrera artística las críticas fueron muy positivas respecto a la voz de Súmac, que se definió como de “timbre puro y diáfano”. Sin embargo, esa opinión fue variando en la medida que los ritmos originales, interpretados por Chávarri con los arreglos de su esposo y agente Moisés Vivanco, se fueron fusionando con otros, considerados como “no auténticos” e incluso comerciales. Esta suerte de “desviacionismo” los colocó en el centro de las críticas de la intelectualidad de la época. José María Arguedas enfiló sus baterías no contra su viejo amigo Vivanco, sino contra la “fantasía” que aquel forjó con pedazos de leyendas antiguas ficcionalizadas a la medida de su prodigiosa imaginación.

Los argumentos del autor de “Los ríos profundos” fueron “en defensa del folklore musical andino” y en contra del proyecto de un indigenismo alternativo, para consumo masivo y mundial, imaginado por un eximio y reconocido guitarrista ayacuchano que él siempre admiró. Las canciones folklóricas de los pueblos “absolutamente originarios” no podían ser interpretadas por “gente extraña” como el caso de Emperatriz Chavarri. En breve, era difícil que una cantante ajena a una cultura milenaria comprendiera la “raíz profunda” de la música andina y mucho menos fuera capaz de interpretarla de “manera absoluta y legítima”. Solo un artista “nacido del pueblo”, para ser más puntual una “indígena”, podía traerla a la vida en toda su “extraña esencia”.

Y es que la música andina, brotada de las montañas, los ríos y de la luz de los árboles no podía ser entendida por alguien que vivió en los “barrios populosos” de una ciudad tan extraña al indio y a su veneración por la vida como Lima. La capital peruana era la de la marinera y del vals sentimental y Emperatriz era una mujer criada en esos barrios ganados por lo criollo. Más aún, no era posible que cantara un yarawi alguien que no sabía una palabra de quechua y además carecía de la cultura musical como la requerida por el proyecto indigenista arguediano. El amauta tildó veladamente a Chávarri de impostora y a Vivanco de simplificador de lo complejo y diverso. Ello a pesar de que el descendiente de una familia de charanguistas huamanguinos se sintió parte de la familia indigenista cuando declaró a la revista “Cultura Peruana”: “Yo he enseñado a muchos a ser indigenista. Y estoy seguro de que en los últimos veinte años nadie ha sentido ni sufrido el problema del indio más que yo”.

Arguedas no estaba solo en una denuncia que fue creciendo hasta derivar en un recibimiento bastante hostil, piedras incluidas, a Yma y Vivanco en el Cusco luego de triunfar en Hollywood y el rechazo en Arequipa, anteriormente señalado. En esa línea de pensamiento, Augusto Salazar Bondy observaba que en el momento en el que Lima recibió a la pareja, con los brazos abiertos, él no se dejó engañar siendo de los primeros en definir a los provincianos como un par de comerciantes que representaban “la máxima adulteración de lo indio o lo peruano”. Porque “la representación patria” no podía concederle irresponsablemente a cualquiera “por más éxitos” que tuviera en el extranjero.

Hace una semana un festival internacional de la categoría de Hay Arequipa homenajeó a una pareja de provincianos que no solo se apropiaron del indigenismo para reinventarlo una multiplicidad de veces, sino que llevaron al Perú a los confines del mundo. En cada lugar que visitaron presentaron espectáculos de altísima calidad, dignificando a la patria lejana y ausente que siempre llevaron en el corazón como lo recordó una Yma llorosa cuando regresó, antes de morir, para recibir su Orden del Sol. En esa ocasión un presidente “cholo y sagrado” −que ahora espera juicio por robarle millones al Perú− decidió no condecorarla por considerarla no auténtica. Ironías de la vida y del modelo binario que nos tiene atrapados hasta el día de hoy.

Carmen McEvoy es historiadora

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