La palabra ‘insultar’ viene de la voz latina ‘insultare’, que significa ‘saltar contra’, ‘ofender’. Significa “ofender a alguien provocando o intentándolo con palabras o acciones”. Lo escrito está en el DRAE.
La periodista Sol Carreño fue insultada por Aníbal Torres, presidente del Consejo de Ministros. Él debió disculparse inmediatamente, pero, en lugar de hacerlo, intentó justificar su insulto. A su lado estaba el presidente, que ni se inmutó, por lo que deducimos que estuvo de acuerdo con ese insulto.
Sol Carreño, por informar sobre el tramo de una carretera en Huancavelica que no ha sido asfaltada, ha sido ofendida en su dignidad. Es decir, en su ser más íntimo.
La verdad es que ese tramo no ha sido asfaltado quizás por muchos años, no lo sé. Pero el presidente del Consejo de Ministros debió agradecerle a la periodista por el informe e inmediatamente disponer que se agilice el expediente para iniciar el trabajo del asfalto. En cambio, prefirió insultarla, porque este gobierno, sea o no culpable del estado de la carretera y de cualquier otra carretera no asfaltada, tiene la obligación de asfaltar las vías.
El Gobierno y sus ministros deberían agradecerle a la prensa seria –a la que, sin embargo, atacan sistemáticamente– por los informes que publica y por la serie de destapes que está haciendo para alertar sobre la corrupción y la ineficacia. Y lo debería hacer para enmendar rumbos; no ideológicos y de línea política, sino de los que están reñidos con la ética pública y la ética en general, pero también reñidos con una buena gestión pública que resuelva las múltiples demandas que emanan de la población, sobre todo de los más pobres y abandonados, así como de los que cayeron en la pobreza a consecuencia del COVID-19.
Tal es el maltrato que recibe la prensa peruana que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), reunida en Madrid el mes pasado, ha declarado que Pedro Castillo es “enemigo de la libertad de expresión”. Y no hay mejor prueba de ello que su silencio sobre el insulto de su primer ministro. Como dicen: el que calla, otorga. Castillo está entre esos presidentes que, como Maduro, Ortega y hasta el mismo Trump, por mencionar algunos de una larga lista, han violado la libertad de prensa. Y si tuviera la oportunidad de hacerlo, habría cerrado medios de comunicación independientes hace rato.
Muchos gobernantes de talante autoritario le echan la culpa a la prensa de ser la causante de sus errores, fracasos e impotencias. En el fondo, no reconocen la libertad del otro, sino que quieren privarlo de esa libertad. Por otro lado, es un ataque a la democracia, porque ella es el reconocimiento de la libertad de todo ser humano. Los medios de comunicación, para ejercer a plenitud su derecho a informar, necesitan de la democracia, de garantías constitucionales y legales, para que el pueblo –sí, el pueblo del que tanto habla Castillo– se entere de qué es lo que hacen o dejan de hacer las autoridades.
Al respecto, el analista político Jeffrey Radzinsky, recientemente entrevistado sobre la libertad de prensa, afirmó con razón que “un presidente tiene la obligación de rendir cuentas y uno de los medios para materializarlo es el escrutinio periodístico”. Así debería de ser, pero lamentablemente el presidente Pedro Castillo se corre de la prensa como Drácula de la cruz.
Siguiendo al historiador griego Heródoto, le recordamos tanto al presidente, que se corre de la prensa, como a su presidente del Consejo de Ministros, que insulta a una periodista, que “el poder es precario” y, de paso, que el desprestigio puede ser eterno.
Algunos ministros del gobierno de Castillo no aclaran, no demuestran, no desmienten diversos informes de prensa. La atacan. La insultan. Esos ataques demagógicos los venimos escuchando desde la campaña presidencial pasada, cuando el actual alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, hablaba de la ‘prensa mermelera’ de manera general, sin especificar quién o quiénes eran esos ‘mermeleros’.
¿Por qué tantos ataques? Simple, porque no quieren ser fiscalizados por la opinión pública, de la cual los medios de comunicación forman parte. Porque en el fondo quieren un periodismo “sí, señor” que les haga el amén y el juego. Que sea caja de resonancia de una “verdad oficial”, que es la peor de las mentiras. Pero mientras haya un resquicio de libertad, algún o alguna periodista hará saltar la liebre.
El insulto a Sol Carreño –a quien, como televidentes, le agradecemos por sus informes y entrevistas– se ha convertido en un caso emblemático más en la historia del periodismo peruano. Le deseamos muchos éxitos.