Cualquiera sea el resultado de la segunda vuelta electoral, creo que la prensa peruana estará bajo asedio durante el próximo quinquenio. Espero equivocarme, pero si el pasado sirve de enseñanza y el presente de evidencia, hay pocas razones para ser optimista respecto del futuro.
Los ataques físicos que seguidores de Pedro Castillo propinaron a los reporteros que cubrían sus actividades proselitistas es un peldaño adicional en una escalera agresiva que viene construyéndose a ritmo acelerado desde el 2016.
Pasamos de la prensa “mermelera” a las “leyes mordaza”, luego vinieron “las resistencias” con insultos y los apodos de “guaripoleras”. Tomaron protagonismo los medios productores de ‘fake news’ y megáfonos de un candidato (Rafael López Aliaga) que destilaba misoginia e intolerancia contra las mujeres de prensa. Muy rápido la “prensa mermelera” se volvió “prensa corrupta”, y las arengas mutaron a manotazos y patadas.
La impunidad con la que Perú Libre se despacha en agresiones contra la prensa empezó a gestarse con la desfachatez con la que Fuerza Popular decidió hostigar a los medios de comunicación desde hace cinco años. La situación se ha agravado. Mientras que Keiko Fujimori incumplió el Compromiso de Honor con el Perú a partir del 28 de julio de 2016, Pedro Castillo ni siquiera esperó al 6 de junio del 2021 para pisotear la Proclama Ciudadana.
¿Quién representa un mayor peligro para las libertades de expresión y prensa?
Dentro de la mochila de pasivos de Fuerza Popular encontramos la ley de control de la propiedad de medios, la ley de prohibición de la publicidad estatal (Mulder), el impuesto a periódicos y revistas, la prohibición de difusión de chats, la colegiatura obligatoria de periodistas, entre las más de dos decenas de iniciativas contrarias a las libertades informativas. Además, la propia Keiko amenazó con querellar al diario El Comercio por su cobertura del Caso Odebrecht, y tanto ella como su candidato a vicepresidente, Luis Galarreta, fueron los principales promotores del mote ‘prensa mermelera’, con los resultados que hoy conocemos.
Por el lado de Perú Libre, tenemos, para empezar, el ideario registrado como plan de gobierno ante el JNE, lleno de intimidaciones y oprobios a los medios de comunicación: evaluación previa de los contenidos radiales y televisivos (a los que califica de “basura”), prohibición de la “concentración de medios”, imposición de requisitos o vetos para el ejercicio del periodismo, una supuesta “democratización” de la publicidad estatal a la que llama “soborno encubierto”.
Pero no solo eso. Queda claro que Perú Libre busca una prensa esclava, y que sus alaridos públicos contra la “prensa basura” y el mentado “rol educativo” que le atribuye no son más que eufemismos fácilmente convertibles en excusas para su intervención. Después de todo, si para el partido del lápiz los medios de comunicación son “instrumentos de dominio” de la derecha, difícilmente les ruborice transformarlos en “armas de revolución”. Para ello les bastará recurrir a los términos “nacionalizar”, “democratizar” o extraer de su lexicón otro de sus circunloquios preferidos.
Cada quien deberá hacer sus propias estimaciones para dilucidar cuál es el mal menor, pero ni el más entusiasta puede negar que se avecinan momentos complicadísimos para la prensa nacional.
Por ello, es importante que medios y periodistas mantengan la objetividad y reputación en su quehacer. Porque el principal sostén a la libertad de prensa no se lo otorgará ningún político, sino la legitimidad ante una ciudadanía que los necesita como contrapeso del poder.
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