Dado que el optimismo es un bien escaso en tiempos de pandemia, vale la pena recoger algunas de las pocas buenas vibras que circulan en estos días por nuestro golpeado Perú. En una interesantísima entrevista realizada el 16 de agosto pasado por el director de este Diario al profesor James Robinson, este, con una mirada objetiva y “desde fuera”, sostiene que los peruanos tenemos razones para la esperanza.
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Robinson es coautor (con el profesor Daron Acemoglu), del fascinante libro “Por qué fracasan los países”. Comparando realidades de diferentes países, en términos simples, la tesis central del libro es que los que nos quedamos en el subdesarrollo y padecemos sus miserias de pobreza, caos y estancamiento estamos pagando la factura histórica de haber promovido instituciones políticas y económicas “extractivas”; es decir, un modelo basado en succionar rentas y riqueza de un grupo para beneficiar a otro. Resultado: una sociedad no solo pobre, sino también fragmentada. Por el contrario, los países que lograron el desarrollo se organizaron en torno a instituciones inclusivas, garantizando el acceso equitativo a la propiedad privada, la tecnología y la educación, en beneficio no solo de las élites, sino de la población en general.
En su nueva obra “El pasillo estrecho”, los autores agregan que es necesario lograr un equilibrio entre el poder del Estado y el de la sociedad. Y cuando hablan del poder de la sociedad se refieren a cómo esta se organiza, cómo se relacionan sus miembros entre sí, y al papel que juega la confianza entre las personas.
Hablando de la importancia de la confianza para salir adelante, en mi columna del mes de junio (“Sobre heroínas y tumbas”) me referí a estudios que señalan que la pobreza está asociada a la falta de confianza –cómo no–, y que, por eso mismo, podemos caer en lo que otro autor ha denominado “la trampa de la inequidad”; un círculo vicioso en el que la desigualdad y la injusticia generan una baja confianza, lo que lleva a una alta corrupción que, a su vez, promueve más inequidad... y la rueda sigue girando. Hay que pararla.
Pero el propósito de esta nota es el optimismo, así que vuelvo a Robinson, que sostiene sin ambages que cosas buenas están pasando en el Perú, y menciona varios de nuestros éxitos: la estabilidad macroeconómica, la dinámica movilidad social, las nuevas identidades, la ruptura de la impunidad y algunas mejoras institucionales.
Ojo que la entrevista se dio hace tres semanas, cuando nuestro castillo de naipes ya se había derrumbado por la crisis sanitaria y andábamos todos más tristes y pesimistas que perro sin cola, entre otras cosas, por ser los peores del mundo en mortalidad per cápita por COVID-19.
Me chocó leer que un académico y analista de la talla de Robinson piense que en el Perú de hoy hay espacio para el optimismo. Al entrevistador también, y cuando se lo expresó, el entrevistado le respondió con indulgencia que entendía su pesimismo y su frustración, pero que hay que ver las cosas con visión histórica, porque es muy temprano aún para los grandes cambios. En suma, le dijo “solo tienes que ser paciente”.
A veces tiene que venir alguien de fuera, no contaminado con nuestra visión estrábica del futuro, para ponernos lentes correctores, para que seamos capaces de ver todas las cosas que sí están funcionando en el Perú, muchas incluso mejor que en la mayoría de países de América Latina.
Es emocionante escuchar que nos digan en medio de este túnel oscuro que nuestra prosperidad será posible por la creatividad, energía e innovación del pueblo peruano; por el poder de nuestra sociedad.
Y cómo no emocionarse cuando en esa repentina ventana de optimismo se hace la luz y vemos lo que está pasando con las ollas comunes, ese invento de los pobres extremos peruanos –como las polladas solidarias– que permite remediar lo que no pudo el bono que nunca llegó. Cómo no estremecerse hasta las lágrimas viendo la cantidad de acciones de miles de peruanos que, con poco o mucho, hacen lo posible para apoyar a los más vulnerables, aliviando su dolor, hambre y desesperación, donando desde raciones de comida hasta oxígeno.
Tengo el orgullo de ser peruano, aunque por ahora no pueda ser feliz. Pero llegará el momento. Solo hay que tener paciencia; pero no la del conformista, sino la del que cree firmemente con visión histórica, como Robinson, porque sabe que tiene el poder. Hemos pasado por mucho (dictaduras, guerras, cleptocracias) y aquí estamos, magullados pero coleando.
Obviamente, no basta la paciencia. A cada quien le toca hacer su parte. Por eso, nunca más pertinente aquel dicho de que “a Dios rogando y con el mazo dando”.