La falta de oxígeno es clave para entender el brutal impacto de la pandemia en el Perú. Al inicio, estábamos preocupados por la escasez de camas UCI y era comprensible: teníamos una cifra lamentable para un país de ingreso medio. Pero la mayor urgencia, como lo fuimos aprendiendo, era el oxígeno medicinal. Acceder a oxígeno es crucial para que el paciente resista mientras su cuerpo lucha contra la infección y para evitar que llegue a la UCI.
La primera ola nos mostró las limitaciones de nuestro sistema de salud para proveer este recurso. Escasez en hospitales, donde las plantas de producción, o no existían o estaban dañadas. Conocimos que dependíamos de dos empresas para el abastecimiento. Y también vimos los problemas de una norma del 2010 que exigía una pureza del 99% para el oxígeno medicinal, desincentivado una oferta más variada al encarecer la producción. Una pureza del 93%, lo que se pide hoy tras una modificación de la norma, es suficiente según estándares internacionales. Distintos esfuerzos privados, estatales y de la Iglesia Católica buscaron paliar el desastre.
La gran lección de esta primera ola debió ser que habíamos creado un sistema que, por distintas razones, encarecía y hacía escaso un recurso esencial para la salud pública. En toda América Latina se han presentado problemas con el oxígeno; la pandemia ha desbordado incluso a sistemas de salud mucho más eficientes que el nuestro. Pero en el Perú este golpe viene siendo mayor, tanto por taras profundas como por mala gestión. El reto era mejorar para que no se repitiese.
Sin embargo, el aprendizaje de la primera ola no alcanzó a prepararnos para la segunda. Como detalla una documentada nota de la revista “Sudaca” de esta semana, no se instalaron suficientes plantas en hospitales, a pesar de un informe del Indecopi que recomendaba aumentar la oferta. Sea porque se pensó que lo peor ya había pasado, o por incapacidad en la ejecución de lo acordado, el oxígeno nos volvió a quedar corto.
El costo ha sido altísimo. Todos tenemos duras historias que compartir de estos días. Amigos y familiares desesperados, buscando balones para tratamientos en casa o intentando ingresar a hospitales colapsados. Las historias que cuentan son de horror: muertes en las colas, bidones que se agotan sin esperanza de renovarlos, especuladores aprovechando la desesperación. Una tragedia para cualquiera, pero más para quienes carecen de recursos.
Hoy, la urgencia es incrementar la oferta. En esto se nos debe ir la energía. Pero tras la emergencia debería darse una investigación profunda sobre las causas próximas y lejanas que permitieron esta tragedia nacional. Es tan apabullante lo sucedido que debemos saber lo que falló, no solo para asignar responsabilidades, sino para tomar conciencia de qué tipo de Estado y sociedad lleva a que la gente muera ahogada por escasez de un recurso esencial. Hoy, el acceso a ese recurso se da, en su mayoría, en un sistema de salud que compra bidones en un mercado concentrado.
Como causas inmediatas hay que dilucidar los problemas de gestión que impidieron garantizar la oferta en la segunda ola. Como causas lejanas hay que evaluar qué decisiones llevaron a que no se instalasen plantas en los hospitales (o se reparasen las existentes). ¿En qué medida el problema es causado por una mala administración en un sistema de salud fragmentado, cuya descentralización ha debilitado las capacidades de gestión? Y debemos desentrañar por qué se adoptó una norma de pureza que tendría un impacto en la oferta. ¿Desconocimiento, error o captura privada? Nos debemos estas respuestas. Se las debemos a nuestros muertos y a sus familiares.
P.D. Es inadmisible que Martín Vizcarra haya usado su poder para acceder a una dosis de vacuna durante un ensayo, poco importa si estaba o no probada su efectividad. La consiguió usando su posición, se puso adelante de la cola. A pesar de nuestras muchas urgencias, me parece necesario denunciar este acto de abuso y egoísmo.
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