"El Perú da también sorpresas positivas. Puede que sean solo oscuros nubarrones que sobresalen en el gris de los cielos de la costa y que se disolverán en una fastidiosa, pero inofensiva garúa". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El Perú da también sorpresas positivas. Puede que sean solo oscuros nubarrones que sobresalen en el gris de los cielos de la costa y que se disolverán en una fastidiosa, pero inofensiva garúa". (Ilustración: Giovanni Tazza)

Setenta y siete días después, el escenario de la pandemia no es alentador. Nadie informado esperaba que fuera a ser fácil manejarla y hay que reconocer los esfuerzos de por contenerla. Pero, ya bastante por encima de los 4.000 muertos y pasados los 150.000 contagiados, lo que se hizo bien parece agotarse y lo que viene no es promisorio.

Nubarrones hay varios. Para empezar, una parte de la población no quiere (o no puede) seguir acatando la cuarentena. Eso ya ocurría antes del 24 de mayo. Creo que a estas alturas es legítimo tener dudas sobre la eficacia de la quinta ampliación y preguntarse por qué no se aplican, más bien, estrategias intensivas de focalización.

El segundo: la “verdad oficial” está siendo cuestionada, empezando por las cifras diarias. No digo que se esté trampeando, pero hay una distancia demasiado grande entre las muertes adicionales a los tiempos normales y las víctimas del que el Minsa informa. Entre abril y mayo, ha habido un incremento, sobre el promedio de los años anteriores, de aproximadamente 10.000 fallecidos, más del doble de la cifra del Minsa. Aun sin tomar eso en cuenta, a muchos se nos dificulta percibir una meseta y, más bien, cada semana, vemos más muertos y contagiados que en la anterior. En la semana del 7 al 13 de mayo en que Vizcarra declaró la meseta (su mayor error comunicacional), hubo 21.489 contagiados y 636 fallecidos; en los últimos siete días, 36.587 y 986.

El tercer nubarrón: seguridad y orden público. Al inicio de la cuarentena los delitos disminuyeron a casi nada y no había ninguna protesta. Eso está cambiando.

En relación al delito violento volveremos pronto a la “vieja normalidad”; peor aún, esta puede quedar chica rápidamente. La combinación de un deterioro brutal de las condiciones de vida de millones, con una policía exhausta por la emergencia, no es la mejor. Súmese que están molestos por la corrupción de quienes debían protegerlos y comprensiblemente preocupados por el desproporcionado costo humano que vienen pagando. Van 140 policías muertos, lo que implica estar 15 veces por encima de la tasa nacional de fallecidos; a su vez, al borde de los 8.000 contagiados, quedan literalmente diezmados.

Hay también riesgo de violencia social. Por ahora, hemos transitado de la paz total de la primera quincena, a los reclamos pacíficos y ciertos episodios aislados de saqueos en las siguientes.

Pero si se manejan mal los problemas de la desobediencia a la cuarentena y los de las actividades informales no permitidas, esto puede escalar. Tiene razón el ministro de Defensa cuando dice que “es imposible controlar a 32 millones de peruanos sin su colaboración”. Pero se equivoca cuando afirma que si esto continúa así, “tendremos que volver a restringir ciertas libertades”.

Cuidado. Si son millones los que no quieren, no habrá fuerza alguna que lo impida. Una evaluación equivocada, de hasta dónde se puede garantizar el orden por la fuerza, podría más bien catalizar todos los nuevos motivos de sufrimiento cotidiano y generar una espiral de violencia. (¡Y ahí estarían el lumpen y los extremistas para azuzar!).

Otro nubarrón es el que oscurece la plaza Bolívar. No hablemos ya de la calidad de sus integrantes o de las barbaridades que promueven. Lo que más me preocupa es que Acción Popular, primera minoría, que decía ser un partido y que postuló solo a militantes (se supone que para garantizar una línea coherente), haya terminado siendo una suma de 25 unos (y unas). No tienen columna vertebral que los estructure.

Que el Frente Amplio de Marco Arana y Unión por el Perú de Antauro Humala pidan nueva Constitución es legítimo, con esa propuesta postularon y obtuvieron, sumados, el 13% de los votos válidos. Pero que siete congresistas de Acción Popular pidan referéndum para el mismo propósito (¿los demás concuerdan?) es una traición a su electorado. Y entreabre la puerta a que la repitan otras bancadas, si ven en ello una opción rentable.

La combinación de un Congreso como este, la pandemia, el aumento de la pobreza y posible turbulencia social, aunadas a elecciones próximas e intentos de cambiar todas las reglas del juego, podrían desatar una tormenta perfecta.

O quizás no. El Perú da también sorpresas positivas. Puede que sean solo oscuros nubarrones que sobresalen en el gris de los cielos de la costa y que se disolverán en una fastidiosa, pero inofensiva garúa.

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