Esta semana, la empresa Alicorp anunció que la marca “Negrita” cambiaría de nombre e imagen: “Aquello que antes podía considerarse positivo, hoy resulta inapropiado, pues todos somos más conscientes de que se consolidan estereotipos que buscamos superar”. El comunicado, lamentablemente, no exploraba con detalle qué hace exactamente problemática a la imagen; y digo ‘lamentablemente’, no porque la respuesta no me parezca clara, sino porque, en medio de la conversación en las redes, quedó rápidamente evidenciada la necesidad de herramientas que faciliten la discusión.
Como han enfatizado varios especialistas y activistas, un problema en nuestro país es que los afroperuanos (y en particular, las mujeres afroperuanas) aparecen en productos que las caracterizan únicamente en un tipo de rol que, además, siempre desempeñan con felicidad y sin cuestionamientos. La periodista afroperuana Sofía Carrillo lo resumió así en una conversación que tuvimos: “Lo que estamos cuestionando es la representación de mujeres afrodescendientes únicamente en labores domésticas y de servicio, y con una total complacencia y pasividad. También cuestionamos que se tomen elementos de nuestra cultura en beneficio de personas no racializadas sin destacar por qué”. Carrillo subrayó, además, que le parece sintomático que cuando personas no afroperuanas se quejan del cambio del nombre de “Negrita”, no argumenten que se está borrando el aporte de las mujeres afroperuanas, sino que están borrando un buen recuerdo de su niñez...
También partiendo del caso “Negrita”, el escritor Marco Avilés ha enfatizado la necesidad de explorar la historia de este tipo de imágenes publicitarias, presentes en toda la región, y sus ecos a la figura de la ‘mammy’ estadounidense. Un eco al que también apunta la investigadora Ana Lucía Mosquera.
Me explico. Quizás hayan escuchado ustedes que la semana pasada la marca estadounidense de panqueques y productos de desayuno “Aunt Jemima” anunció que cambiaría de nombre y de logo. Como puede notar rápidamente quien se detenga en la historia de la marca –de más de cien años–, se trata de un caso claro del uso de la caricatura de la ‘mammy’. ¿Qué es la ‘mammy’? Así lo explica el profesor de sociología David Pilgrim, en su artículo “The Mammy Caricature”: es “la más conocida y duradera caricatura racial de mujeres afroamericanas”, una mujer maternal, gorda, asexual, de buen humor, sacrificada, que quería mucho a su “familia” blanca, y una trabajadora fiel. En “Clinging to Mammy” (Harvard University Press), Micki McElya advierte de que, por supuesto, esta caricatura tenía poco que ver con la realidad: “es el personaje más visible en el mito del esclavo fiel, un set de historias, imágenes e ideas que se han pasado de generación en generación en los Estados Unidos, a través de todo medio popular posible, desde el arte hasta la literatura, el escenario y el cine, y en incontables ítems […], desde ceniceros hasta saleros y pimenteros”.
La ‘mammy’, cuenta McElya, era una herramienta de respuesta contra los testimonios y las historias que narraban el horror de la esclavitud, y buscaba crear la imagen de esclavistas benevolentes, preocupados por sus esclavos. Buscaba, además, negar cualquier relación de abuso sexual entre hombres blancos y esclavas (recordemos que la ‘mammy’, como mencionamos anteriormente, se construía como un ser asexual). Tanto Pilgrim como McElya se detienen también en la relación más concreta entre el personaje ficcional de “Aunt Jemima” (interpretado originalmente en ferias por Nancy Green) y la figura de la ‘mammy’. McElya se embarca en detalles terribles, pero basta con poner aquí una de sus conclusiones: “Aunt Jemima cimentó una idea de cómo se veía una ‘mammy’ y cómo actuaba para generaciones de consumidores”.
Discutir los orígenes de la publicidad construida sobre estereotipos raciales implica también toparse con algo más: historias de denuncia y críticas. Es común escuchar en los últimos años a personas decir que no entienden por qué “se hace tanto escándalo” por estas publicidades y que el mundo “se está volviendo demasiado sensible”. Pero leyendo a McElya, nos enteramos de que, al menos desde los 60, existe documentación clara que protesta contra “Aunt Jemima”. Y diversos activistas afroperuanos también nos recuerdan que su crítica a la publicidad no es nueva; tiene décadas. Al fin y al cabo, una lección de la Historia es que las denuncias no comienzan cuando decidimos escucharlas.