En el Perú existen, aproximadamente, tres millones de empresas formales. De estas, el 99,4% son micro y pequeñas empresas (mype). Sin embargo, la mayoría de mypes opera en el sector informal. Se calcula que existen más de cinco millones y medio de mypes que operan a nivel nacional y el 86% opera en la informalidad (medida esta por el registro en Sunat). Mientras que la tasa de informalidad laboral en las mypes llegó al 84,2%.
El principal problema estructural del mercado laboral peruano es la baja productividad de nuestros trabajadores. Las mypes son un motor económico en la medida en que emplean a dos de cada cinco peruanos. Sin embargo, al no ofrecer condiciones de trabajo mínimas, atraen personal con bajos niveles de capacitación. Y tampoco se preocupan por invertir en capacitarlos, convirtiéndose en una trampa de baja productividad, poco capital humano y malas condiciones laborales. Ningún país ha logrado desarrollarse siendo informal. Más aún, no es aceptable que ocho de cada diez peruanos se desarrollen activamente en la informalidad y es menos aceptable aún porque todos contribuimos a que esta situación se mantenga.
El empleo informal es precario. Esto es, no ofrece redes de protección social, ni pensiones de jubilación, seguro médico o de desempleo. Muchos trabajan sin condiciones de seguridad mínimas y durante largas horas que exceden con creces la jornada laboral legal. Los salarios en el sector informal son más bajos que en el sector formal: las remuneraciones reales en el sector formal son 2,6 veces superiores al promedio informal. Más aún, una empresa que opera en la informalidad no tiene estándares legales ni ambientales mínimos. A mayor informalidad, menor bienestar.
Pero no vamos a reducir la informalidad si, por ejemplo, las empresas formales continúan financiándose a través de sus proveedores. En el Perú es una práctica común que las facturas de los proveedores sean pagadas a 60, 90 o 120 días. Los proveedores, que son en su mayoría mypes, son empujados hacia la informalidad por estas prácticas. Lo que a su vez se refleja en la imposibilidad de la mype de crecer, generar mejores puestos de trabajo en el sector formal y, por lo tanto, atraer mejor y mayor talento, lo que le generaría mayor productividad y competitividad.
La informalidad puede y debe ser vista como una oportunidad para que el sector privado contribuya con el desarrollo del país. La formalidad es un círculo virtuoso y, por ello, necesitamos lograr que las mypes que operan en la informalidad sean impulsadas a la formalidad. Para lograrlo, estas empresas deben ver un beneficio efectivo en su formalización. Uno de estos beneficios es la posibilidad de integrarse a cadenas productivas de empresas medianas y grandes que las lleven a dar el salto en productividad y tamaño.
Desde el sector privado se está trabajando en distintas iniciativas para impulsar el crecimiento y fortalecimiento de los proveedores. Anglo American Quellaveco, por ejemplo, está liderando el trabajo con sus proveedores a través de capacitaciones, asesoría y oportunidades, dándoles herramientas para trabajar con grandes empresas al cumplir estándares de alta calidad. Fortaleciendo de esta manera el sector empresarial en la región Moquegua y permitiéndoles además articularse con oportunidades de negocios en el sur del país. Mientras que Es Hoy, a través de El Compromiso Mype, está impulsando que las empresas implementen políticas responsables con sus proveedores, entre ellas pagar en un máximo de 15 días y fomentar su desarrollo con el objetivo de contribuir al crecimiento de sus negocios.
El motor de un país es la empresa privada, es la fuerza generadora de trabajo, riqueza y bienestar, y es, además, el impulsor del desarrollo. Para luchar contra la pobreza y mejorar la calidad de vida de los peruanos debemos incentivar la creación de empresas con propósito que generen bienestar. Pero debemos ir más allá de nuestras empresas y reconocer la interdependencia radical que existe entre la empresa, la sociedad y el planeta. Es dejar atrás la visión cortoplacista del ‘trade-off’ o suma cero, en la que uno gana y el otro pierde, para pasar a adoptar una visión virtuosa de largo plazo en la cual todos nos beneficiamos mutuamente.