“Creo firmemente que las principales características de la gestión que hoy iniciamos se encontrarán en la práctica constante de valores como: respeto, honradez, dedicación, constancia, entusiasmo y civismo para la mejor convivencia entre punteños”. Con estas palabras de estirpe republicana inició su mandato José Risi Carrascal, quien ejercerá la Alcaldía de La Punta cuando el distrito que tanto quiero celebre el centenario de su fundación. Reconforta saber que en medio de los escándalos políticos que nos afligen un marino retirado no solo convoque, en el día de su inauguración, a la figura señera del almirante Miguel Grau sino que nos recuerde que la escuela republicana por excelencia es la municipalidad. Es ahí, como lo subrayó Risi en su discurso, “donde la aventura de la vida cotidiana demanda rigurosos esfuerzos personales y familiares mediante la búsqueda del consenso que promueva la cohesión social”.
La regeneración de la vida política fue la idea fuerza de las innumerables revoluciones, muchas de ellas de corte liberal, que definieron la historia del Perú. Estos movimientos locales, de corte municipal, apelaron a la libertad, la justicia, el respeto por la ley, la autonomía y la participación ciudadana. Porque, según Faustino Sánchez Carrión, la “piedra angular” de la república era la municipalidad. Recordemos que los cabildos asumieron la tarea de declarar la independencia y que fue la reacción del de Lima la que forzó la renuncia del todopoderoso Bernardo Monteagudo, cuya salida del Perú sucedió a la movilización ciudadana de 1822. Manuel Pardo, alcalde de la capital antes de ser elegido presidente de la República en 1872, entendió que la fortaleza de la república dependía de sus células básicas: las municipalidades. En su mensaje presidencial del 28 de abril de 1873, Pardo señaló que la Ley Orgánica de Municipalidades, promulgada durante su mandato, constituía una de las bases que sostenían a la república. La ley facilitaba a los concejos dictar reglamentos, votar arbitrios y levantar empréstitos sin necesidad de la aprobación del Congreso ni del gobierno, y entregaba a cada concejo “la administración local en todos sus ramos, excepto el judicial”. Era la democratización de la vida política a escala nacional.
Vivimos tiempos difíciles en que la confianza en las autoridades políticas va desapareciendo. En ese contexto, la escuela republicana de los liberales –la municipalidad– ha sido una de las víctimas del saqueo de hordas mucho más interesadas en llenarse los bolsillos que en servir a su comunidad. Una imagen que expresa bien lo que ocurre en el ámbito municipal es la de las pistas de Chiclayo, cuyo alcalde está preso, o la del techo cayendo sobre la cabeza del alcalde entrante de Villa María del Triunfo, quien fue llevado a emergencia con múltiples hematomas. Es evidente que el bien común no estaba en la agenda de aquellos que dejaron sus municipios en tan precaria situación.
Cuando escuchaba las palabras del alcalde electo José Risi, quien renunció al sueldo que le corresponde, me vino a la memoria un libro que leí hace tiempo y que tiene como tema la confianza. Sin ella, es imposible construir una comunidad política sólida. Pienso que es en el pequeño núcleo municipal donde mediante la honestidad, el trabajo, las buenas maneras, los gestos y la participación ciudadana empezaremos a reconstruir confianza en esta república que nos duele, pero que aún ofrece destellos de esperanza.