El Metropolitano o Cosac I (corredor segregado de alta capacidad I) era el primero de nueve corredores segregados de alta capacidad que estaban proyectados para poder reemplazar el obsoleto sistema combi que nos ahoga. Catorce años más tarde, apenas hay uno que cubre la demanda de solo unos 200 mil pasajeros, y que además amenaza con suspender la gestión de la flota si no se absuelven los incumplimientos del Gobierno al contrato. Es el único servicio del país con carril exclusivo y un solo pago electrónico por viaje que ha sido descuidado por años.
Estas expansiones –los otros Cosac– estaban destinadas a convertirse en las “venas de Lima”: una especie de cordón umbilical que uniría diversos distritos de la ciudad, mejorando la movilidad y la calidad de vida de sus habitantes.
Un Cosac, por ejemplo, estaba planificado para unir el este con el oeste de Lima; otro partiría de San Juan de Lurigancho hacia zonas estratégicas de concentración laboral y comercial. Estos habrían proporcionado rutas alternativas esenciales, reduciendo la presión sobre las vías existentes. Incluso se evaluó convertir el transporte convencional en aliados: buses de cercanías que sirvan para aproximar al pasajero a los grandes buses articulados del Metropolitano.
Aunque el fracaso en la completa implementación de estos proyectos refleja una oportunidad perdida, la ciudad no debe abandonar este gran proyecto. La necesidad de un sistema de transporte público eficiente y extensivo en Lima es más evidente que nunca.
La ampliación del Metropolitano no solo es una cuestión de mejorar el transporte, sino también de equidad social. Los residentes de distritos periféricos que dependen en gran medida del transporte público habrían visto una mejora significativa en su calidad de vida con una mayor cobertura del Metropolitano. Menos tiempo de viaje, mayor seguridad y acceso más fácil a oportunidades laborales y educativas.