Cada 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Los diarios locales desarrollan temas relacionados al ahorro de energía, a la capa de ozono, al reciclaje, a la protección de bosques. Pero poco sobre ecosistemas marinos.
Un hito en la historia de la humanidad fue el descubrimiento del Océano Pacífico, poco tiempo después del descubrimiento del Nuevo Mundo. Fue entonces que supimos cómo era verdaderamente la Tierra, que podíamos navegarla toda, que el mar la cubría y nos integraba. Desde mucho antes, hombres y mujeres que habitaban las costas americanas vivían en armonía con su mar, en una relación de profundo respeto y devoción.
Lima. Una ciudad que se encuentra entre dos colosos: los Andes y el Océano Pacífico. Lima mira al mar pero no necesariamente lo observa. Se enorgullece de ser destino gastronómico, de presentar el cebiche como plato de bandera, de desarrollar una interesante fusión entre lo japonés y lo peruano, basada esencialmente en los pescados y mariscos que abundan en nuestro océano. Lima es cuna de campeones de surf, capital de un país que exporta harina de pescado y desarrolla importantes actividades vinculadas a la pesca industrial. Aun así, el mar sigue sufriendo las agresiones de nuestra vida cotidiana.
Parecemos no conocerlo. O, peor aun, lo desconocemos. Pretendemos que es como el universo: infinito. Cuando lo miramos, no somos conscientes de que en ese mar que nos da la vida es mínimo el porcentaje de área protegida; que recibe cada segundo seis metros cúbicos de aguas servidas sin tratar, como pasa en Chorrillos; o que el 70% de la contaminación marina proviene de los ríos, tal como ocurre en la playa Márquez, que recibe los desechos de los ríos Rímac y Chillón.
El mar de Lima es víctima de nuestra ignorancia, indolencia y prepotencia. Es como pasa con el desierto que se extiende a lo largo y ancho de nuestra geografía costera: parece ser una extensión de nada, un vacío de arena al lado de uno azul, un descampado para verter aquello que desechamos. Todo el desmonte que queda de la construcción va a parar a sus orillas.
Es extraño y preocupante que el Perú no tenga un centro del mar, museo, acuario, centro de interpretación, un espacio y entidad que aglutine los esfuerzos de quienes sí llaman la atención sobre la importancia del océano. Hay líderes y organismos que dedican sus vidas a revelar la problemática y descubrir la riqueza del mar como Stefan Austermühle, el grupo Pacificum, Armida Testino, Yuri Hooker y Mariana Tschudi; están Alejandro Balaguer, Mayumi y, así como él, portavoces de pescadores artesanales que se preocupan por el equilibrio del ecosistema marino no solo porque del mar viven, sino porque han aprendido a amarlo. Está el Imarpe y están los muchachos que se paran delante del hotel Los Delfines por horas, pancartas en mano, para pedir que liberen a los delfines que yacen en cautiverio, muriéndose de a pocos, en una de las laderas del Morro Solar.
Sí, existen los esfuerzos aislados, pero el sistema debe congregar abogados expertos en derecho ambiental, técnicos, científicos, historiadores, educadores, líderes de opinión y a la empresa privada, porque solo intercambiando conocimiento, integrando información de buen manejo de cuencas, y uniendo iniciativas, habremos aprendido a convivir con nuestro Pacífico.