Esta sensación generalizada de que los políticos no están a la altura de las circunstancias no es, por cierto, exclusiva del Perú. Parece haber en nuestros tiempos una búsqueda ansiosa a nivel global por lo que tristemente se ha convertido en una anomalía en nuestros sistemas políticos; vale decir, gente con claras convicciones democráticas, genuino deseo de servir (y no servirse) y capacidad real de entregar resultados. Personas que, sin importar sus preferencias ideológicas, quieran ejercer este oficio desde la empatía y el entendimiento de que quien está del otro lado es el rival, mas no el enemigo.
¿Existen? Pues claro que sí. Yo encuentro ejemplos extraordinarios de liderazgo político, inclusive en personas con las que puedo discrepar en lo programático, y que alimentan mi fe en que una política distinta es posible. Uno de esos ejemplos es el de la neozelandesa Jacinda Ardern, que acaba de renunciar al cargo de primera ministra luego de cinco años de gestión. Intentaré explicarles por qué eso es algo bueno.
Ardern se convirtió en el 2017 en la lideresa mundial más joven al asumir el premierato de Nueva Zelanda con apenas 37 años, luego de un ascenso meteórico a la presidencia del Partido Laborista. Desde el inicio la menospreciaron por su juventud y le lanzaron todo tipo de descalificaciones sexistas.
Su sencillez y desbordante carisma rápidamente la convirtieron en una sensación internacional y en un referente de liderazgo feminista. Hizo algo que descolocó a mucha gente: decidió salir encinta mientras ejercía el cargo. En pleno siglo XXI (detengámonos un segundo a reflexionar sobre esto), es tan solo la segunda mujer que ha dado a luz siendo jefa de gobierno, después de su homóloga pakistaní Benazir Bhutto. Tomó luego seis semanas de descanso posnatal y al término ya estaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas con su hija Neve en brazos. “Algún día será normal”, apuntó.
En el 2019 enfrentó no solo la sorpresiva erupción del volcán Whakaari, que trágicamente dejó 22 fallecidos, sino también el horrendo ataque terrorista a dos mezquitas en la ciudad de Christchurch en el que 51 personas fueron asesinadas por un supremacista blanco. En la memoria de muchos han quedado las imágenes de Ardern vistiendo un hiyab y abrazando sentidamente a los deudos, y su determinación consiguiente para que en solo seis días el Congreso de Nueva Zelanda prohibiera las armas semiautomáticas de tipo militar y los rifles de asalto. “Somos uno, ellos somos nosotros”, dijo, refiriéndose a los migrantes musulmanes que habían sido objeto del ataque, mientras aseguraba que nunca nombraría al agresor para así condenarlo al olvido.
Ardern, a quien alguien bautizó como “la antítesis de Trump”, nos enseñó que una estadista puede rendir cuentas por sus primeros 100 días de gobierno en un video de apenas un minuto, de forma más efectiva y divertida que en los interminables discursos de Fiestas Patrias que uno escucha aquí. La vimos responder con elegancia cuando periodistas varones le preguntaban tonterías como si estaba firmando un acuerdo de cooperación con Finlandia porque la primera ministra de este país, Sanna Marin, era también mujer y joven como ella. “¿Alguna vez habrá hecho alguien esa pregunta respecto de Barack Obama y (su contemporáneo, el ex primer ministro neozelandés) John Kay?”, retrucó.
Los últimos dos años de gobierno fueron más desafiantes para ella. Los neozelandeses resintieron que impusiera medidas muy drásticas frente al COVID-19 y su popularidad se vio afectada por efecto del alza de precios global. Se despidió del cargo este jueves diciendo, con voz entrecortada: “Soy humana. Los políticos somos humanos. Damos todo lo que podemos, por tanto tiempo como podemos, hasta que llega la hora [de irnos]”.
Si uno intenta ser el héroe por demasiado tiempo puede terminar convirtiéndose en el villano, daba a entender un fiscal en una película de Christopher Nolan. En las democracias, incluso los mejores líderes deben comprender cuándo les toca ceder la posta a alguien más. Si hay algo consustancial a aquellas es la voluntad de sus políticos de no aferrarse al poder.
Jacinda Ardern nos mostró cómo reconectar la empatía con el ejercicio de la política: “Me rehúso a creer que una no puede ser al mismo tiempo compasiva y fuerte”. Y nos recordó lo que debe mover a cualquier político: “Todo lo que alguna vez he pensado hacer ha estado, en alguna forma, relacionado a ayudar a las personas”. Ayudar a las personas, anteponer sus necesidades a las propias, sentir sus carencias o su sufrimiento como si fuera el de uno mismo. No podemos resignarnos a esperar de nuestros políticos menos que eso.