En la vida no todo es dinero. Tal es el caso de la educación. Las autoridades deben comprender que el paupérrimo nivel educativo nacional no mejorará aumentando el sueldo de los maestros, pues lo que se requiere es elevar la calidad de vida de los alumnos y, particularmente, garantizar su adecuada nutrición desde el vientre materno. El hambre no deja aprender y la desnutrición afecta el desarrollo cerebral.
El amauta Javier Pulgar Vidal repetía que “el mayor recurso natural de un país es el cerebro de sus hijos”. Cuidar ese recurso es el gran reto de quienes, como el ministro Jaime Saavedra, apuestan por mejorar la educación. La gran revolución educativa pasa por una alimentación adecuada y por proteger al recurso cerebro de todo lo que pueda dañarlo: drogas, contaminación ambiental, alimentos procedentes de zonas contaminadas y violencia familiar. El Ministerio de Educación debería ser un ministerio del cerebro y su protección.
Un estudio de la doctora Madeline Meier (Universidad de Duke) concluye que el uso persistente de marihuana en la adolescencia afecta la inteligencia, la memoria y la capacidad de atención. Ese estudio detectó que los consumidores empedernidos, desde antes de los 18 años, perdieron hasta ocho puntos de cociente intelectual. Algo no solucionable aumentando el sueldo a los maestros: eso en la práctica solo evitará que el gremio de profesores izquierdistas (Sutep) amenace con sus huelgas. Cosa que no afecta el cerebro de los alumnos.
Elevar la calidad es complejo, abarca temas de seguridad familiar, ambiente sano, calidad de los alimentos, buena nutrición, y debe velar por las etapas prenatales.
Un estudio realizado en Nueva York demostró que las embarazadas expuestas a un alto grado de contaminación ambiental pueden dar a luz niños con coeficiente intelectual hasta 5 puntos menor si se les compara con los hijos de las no expuestas al smog. Lo mismo ocurre con los nacidos en áreas contaminadas por mercurio, como las zonas mineras –especialmente de minería artesanal e informal en Madre de Dios–, donde podríamos estar ya frente a una generación perdida. Allí se ha detectado niños que presentan niveles hasta 6 veces más altos que los tolerables. Este elemento afecta el desarrollo cerebral y deriva en un menor coeficiente intelectual, lo que interfiere con la capacidad de aprendizaje.
La violencia intrafamiliar afecta a miles de menores peruanos dejando huellas y también un profundo daño intelectual. Un estudio de la Universidad New Hampshire señala que los niños maltratados y castigados corporalmente presentan 2,8 puntos menos de coeficiente intelectual que los niños no expuestos a la violencia.
Esa es la realidad de los alumnos y alumnas peruanas: mal nutridos desde el vientre materno; inseguros y maltratados en sus propios hogares; sin una habitación cómoda para descansar; expuestos a las drogas desde edad temprana; sin áreas verdes cercanas a sus casas para jugar; obligados a recorrer en un transporte público –obsoleto y contaminante– largos tramos para llegar a algún colegio público donde encontrará a un maestro que pasó las mismas que él cuando niño.
Si no empezamos por forjar y cuidar los cerebros, no lograremos ninguna mejora educativa.