El combo no puede ser peor. A los peruanos nos toca elegir al nuevo presidente y al Congreso en medio de una pandemia y asfixiados por una crisis económica.
Cansados de la mentira, la corrupción y el pleitito de esquina, los ciudadanos ni siquiera prestan atención a estos señores que no logran convencer a más del 10% de que voten por ellos. Sin mítines, sin bailecito de cumbia y besuqueo de bebe, la contienda electoral se desarrolla en el mundo díscolo de las redes sociales. A tan solo 42 días de las elecciones generales, las noticias de los presidenciables suelen llegar en forma de meme, con algún contenido hilarante-vergonzoso, si me permiten el término.
Del joven exarquero y alcalde ‘interruptus’ de La Victoria, George Forsyth, sabemos que confunde ‘Serums’ (Servicio Rural y Urbano Marginal en Salud) con ‘cerumen’ (cochinadita de la oreja), que ha acuñado un nuevo término –'infratutura’– en reemplazo del tan elegante ‘infraestructura’. Sabemos, también, que lo suyo son los selfies con fans (ahora prohibidos) y que cada vez que habla mete la pata. Su hashtag preferido es #MenosFloroMasAccion (y no va a ser) y no, no dijo ‘Anastasia’ en lugar de ‘eutanasia’, pero el solo hecho de que los tuiteros lo hayan creído capaz de tamaña barbaridad ya dice mucho de su nuevo posicionamiento.
A Yonhy Lescano lo conocemos más. Durante sus 18 años en el Congreso, siempre fue la oveja negra de Acción Popular, que creyó que la política se manejaba en una terraza del Country Club en lugar de en la cancha. Los dueños de la plata y el caché lo ningunearon mientras el congresista se comía todos los chicharrones y bailaba la candelaria en su querido Puno. Ha sido defensor de causas populistas (como la creación de las Afocat, los SOAT regional, denunciadas por no pagar la atención de los pacientes) y populares (como la ley de sanción al maltrato animal). Hoy intenta ganarle el sur a Verónika Mendoza proponiendo cambio de Constitución, control de precios de medicinas y compra de un satélite (¿?) para darle Internet a todos. Sus medidas viajan del centro a la izquierda y de lo imposible a lo alucinante.
Verónika Mendoza, otrora reina y señora de la izquierda más moderada, paga caro entre el público femenino y progresista su alianza fallida, o acercamiento imprudente, con el machista homofóbico Vladimir Cerrón. Habla suavecito, hace campaña en quechua y se jacta de ser la caperucita roja que se tragará a la ‘lobby’ feroz de Keiko Fujimori. “Tu envidia es mi progreso”, podría definir su relación con la candidata naranja. Cada una de sus propuestas es evaluada por Lescano, que rápidamente se apodera de ellas gritándolas a los cuatro vientos. Nadie sabe para quién trabaja.
Keiko Fujimori regresa a la cancha golpeada, con un juicio a cuestas por presuntamente formar parte de una organización criminal, y con una sombra que la perseguirá por siempre: haber traicionado a su sangre, contribuyendo a que su padre volviera a la cárcel, y a que su hermano, el buen hijo Kenji, fuera expulsado del Congreso. Su propuesta de ‘demodura’ o ‘dictablanda’ enciende la ira de los antifujimoristas por la clara emulación al gobierno dictatorial del patriarca Alberto, bajo cuyo manto intenta auparse.
Daniel Urresti, siempre estridente, se presenta como el dueño de la mano dura, esa de la que los peruanos están hartos después de haber perdido tantas libertades. Es más eficiente en Twitter para atacar a sus contendores que para proponer medidas propias. Hasta ahora, capta más atención el juicio que lo sindica como presunto asesino del fotógrafo Hugo Bustíos, que ya no está acá para defenderse de calumnias tan absurdas como la de que nunca fue periodista de la revista “Caretas”.
Por el momento, estos son los candidatos que superan el 5%, según la última encuesta de El Comercio-Ipsos del 14 de febrero. Probablemente el panorama siga moviéndose al ritmo de los memes.
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