No me parece, Fritz, por Rossana Echeandía
No me parece, Fritz, por Rossana Echeandía
Rossana Echeandía

No será la primera vez que te lo diga, pues en no pocas ocasiones tuvimos posiciones discrepantes, aunque siempre las debatimos con cordialidad, respeto y buen humor. Esta vez, sin embargo, me he quedado muy desconcertada y tengo la tentación de rebelarme ante un asunto aún incomprensible. Todavía no entiendo esta partida inesperada, que parece tan fuera de tiempo, precisamente cuando habías conseguido despertarnos del letargo que la rutina amenazaba instalar en nuestra querida Redacción. Tú siempre preguntabas eso: “¿Te parece?”. Pues ahora debo decir que no; tú partida no me parece, no todavía, al menos.

Mientras escribo esta columna, me parece posible verte entrando a la nueva sala de Redacción que apenas hace unos meses tú mismo inauguraste, preguntar por las novedades, indagar si el tema del día que habíamos comentado en la reunión de la mañana sigue siendo lo más importante o si pasó algo nuevo. Ya lo han dicho mis compañeros del Diario, tu presencia y tu cercanía marcaron los cortos siete meses de tu gestión como director de El Comercio. Tal vez por eso fueron tan intensos y tu exigencia en cada tema y con cada uno tan insistente. No creo que presintieras que estarías tan poco tiempo con nosotros porque nada lo hacía prever, pero alguna urgencia poco común era la que te impulsaba. 

Es verdad que nadie sabe cuánto tiempo tiene en esta vida, pero también es cierto que las condiciones para cumplir la tarea encomendada nos vienen dadas. En tu caso, fue un tiempo corto, pero la huella que has dejado es honda porque nos hincaste cada día para dar lo mejor. Sí, es verdad que algunos se quejaban y se incomodaban, pero ahora todos valoran sin dudarlo los minutos que les dedicaste bombardeándolos de interrogantes y de nuevos enfoques para mirar los acontecimientos. 

La semana pasada me comentaste que a fines de junio viajarías fuera del Perú para acompañar el nacimiento de tu nieta. Ya antes me habías comentado también que esos eran los viajes que realmente disfrutabas, aquellos con tu familia, para ver a tus hijos que viven fuera y estar con los pequeños a quienes robas tiempo de tus días por este trabajo tan absorbente del periódico. Seguramente ellos saben cuánto valorabas ese tiempo con ellos, tal vez menos del que hubieras querido dedicarles, pero el más importante. Que sepan que aquí en el Diario también lo sabíamos.

Acá se quedan en el tintero un montón de cosas. Acabábamos de celebrar los de este gran diario y entrábamos a una etapa de renovada energía de la cual tú eras el motor. Ya nos estás haciendo falta. 

Seguramente allí donde estás tus credenciales hablarán de tu amor por tu familia y de tu empuje en el trabajo. Ambas tareas las hiciste bien. 

Unos versos que se le atribuyen a por la partida de su madre aseguran que la muerte no es el final. “La muerte no es nada. Solo he pasado a la habitación de al lado”, dice allí. En sus “Confesiones”, dice también que “Dios es el principio y el fin de nuestra existencia. En Él radica el sentido de nuestro vivir y de nuestro morir”. Para los creyentes ese es el consuelo. Saber que aquí podemos terminar en cualquier momento, no importa cuán sanos estemos, cuán famosos seamos o cuánta felicidad tengamos. La muerte llega así, agazapada, y nos puede sorprender. Sin embargo, la muerte no es el final. Solo pasamos a la habitación de al lado. Desde allí, querido , sigue empujándonos.