Estamos mirando las noticias, luego cambiamos de canal y apagamos la pantalla, porque también hay un libro cerca. Tenemos rumas de papeles, llaves, lapiceros próximos. Pero en esa abundancia doméstica de la pandemia, el celular siempre luce, triunfante, por encima de todo lo demás. Su batería de aullidos diminutos no descansa. Suenan timbres una, dos, tres veces. Son mensajes “WhatsApp” (una forma chévere de decir: “¿qué está pasando?”) que llegan de todas partes; muchos de ellos, muy divertidos y de gente amiga.
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