Ha sido, sin duda, una grata sorpresa escuchar al presidente Martín Vizcarra durante el último día de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) realizada estos días en Paracas. Primero, por la confianza que transmitió al auditorio y, a través de él, a la ciudadanía que sigue –regularmente, hay que decirlo– este evento año a año. A diferencia de otros presidentes que, o bien iban recelosos, o bien inflados de autoestima, al mandatario se le notó sereno, decidido y enfocado. Las cosas, ya sabemos, no están para ir de paseo al sur, y enhorabuena que la presentación haya tomado eso en cuenta.
Esto último no es menor, y tanto es así que el presidente Vizcarra lo enfatizó al inicio de su presentación: “Porque estamos terminando un año sumamente complicado, en el que atravesamos una gran crisis política e institucional. Una vez más, el desencanto, una vez más la frustración como ciudadanos”. Y sí, no cabe duda de la magnitud de la crisis, y por lo tanto es imperativo escuchar al presidente sereno, con las ideas claras y firme en sus convicciones.
Durante el discurso, el presidente aprovechó para establecer una línea lógica entre el pasado, el presente y el futuro; signo inequívoco de que se entiende por qué estamos así. El diagnóstico histórico sobre nuestras trabas populistas, proteccionistas, mercantilistas y corruptas cortó la expectativa de un discurso anodino; de ahí, una propuesta ambiciosa a fin de recuperar la competitividad perdida en los últimos años. La propuesta, basada en nueve ejes, es larga, requiere de mucho esfuerzo y coordinación interinstitucional y, por supuesto, recursos (hoy escasos), pero más aún de un ambiente político que permita trabajar. Sobre esto último no existieron muchas luces, salvo la declaratoria al relanzar el proyecto del aeropuerto Chinchero en el Cusco: “Si hay algo que investigar, que investiguen!”.
Si el mandatario cumpliera las propuestas de inversión y reformas planteadas este viernes en CADE, sin duda ello podría ser considerado como una verdadera revolución: se traduciría en miles de kilómetros de carreteras pavimentadas, de puertos y aeropuertos nuevos o remodelados, de un nuevo servicio de cabotaje local, de mejoras en la salud y la educación, de un mejor ambiente de negocios y, para rematar, de una mejora sustancial en la calidad institucional. Salvo en lo que está determinado por inversión en infraestructura física (carreteras, puertos y otros), no quedó muy claro cómo lograremos dicho salto (por ejemplo, si bien se mencionó la tan necesaria reforma laboral, no escuchamos ni una propuesta específica sobre el tema).
En balance, el discurso fue bueno, transmitió confianza sobre los objetivos y planes del Ejecutivo, y quedó en la audiencia la sensación de que los mismos deben ser abordados pronto, bajo la esperanza –claro está– de que los otros poderes del Estado estarán dispuestos a apoyar la ruta propuesta por el mandatario. ¿Es esto posible? No podemos saberlo; si bien es cierto que sería lo mejor para la gran mayoría de los peruanos, no es un hecho que se puede hoy visualizar con claridad. Y este es el riesgo central del mensaje presidencial: que la pulla política continúe o, peor aún, se intensifique e impida entonces el sobreseguimiento de las propuestas realizadas.
Mención final, aprovechando el tema, es el esfuerzo realizado por IPAE cada año para lograr una convención de esta magnitud y calidad. ¡Felicitaciones!