Hace unos años en Nueva York, al subirme a un taxi, sentí la mirada del chofer en el espejo. Era un hombre canoso, delgado, con una sonrisa fácil, lo que hizo que pronto empezáramos una charla. Para mi sorpresa, después de preguntarme de dónde era, me dio una pequeña conferencia sobre el Perú. Me habló de la época de Odría, del Rímac, de La Punta e incluso de la difusión de la radio. Me habló también de Piura, de la selva y de otros muchos escenarios. Le pregunté si no tenía un pariente viviendo en el Perú o si había venido de visita muchas veces. No, me dijo. Es que he leído mucho a un escritor suyo. Y ahora me la paso leyendo esto.
En ese momento abrió su guantera y sacó un libro. Era una copia de “Aunt Julia and the scriptwriter”.
Recuerdo que ese día en la clase (estaba dando un curso de verano en CUNY), les hablé a los alumnos sobre mi conversación con el chofer. Les mencioné al paso dos temas. Uno es que el futuro de la literatura no lo decidirán los críticos y los académicos sino los lectores como ese taxista. Y luego les dije algo que ya debían saber: que con frecuencia los países tienen la imagen que los artistas proyectan de ellos.
Mario Vargas Llosa, que pasado mañana cumple ochenta y cinco años, nos ha ayudado a modelar y a reconocer a nuestro país. Creo que también nos ha hecho ahondar en sus realidades. Sus personajes han entrado en nuestra memoria. Seres tan distintos como el Jaguar y el práctico Nieves, Bonifacia y el Escribidor, el Esclavo y la Brasileña, permanecen con nosotros. Mientras la niña mala se pone todas las máscaras y habla en todos los idiomas, Pantaleón Pantoja dirige un ejército de visitadoras con el cual logrará una utopía irrealizable, que no es tan distinta a la que persigue Mayta. Uno puede distinguir claramente a Santiago Zavala desde la puerta de la Crónica mirando “los esqueletos de avisos luminosos” de la Avenida Tacna, y al Cava tratando de robar el examen en la “apariencia irreal” que le da la neblina a las noches húmedas de La Punta.
Lo que los une a todos ellos es la experiencia del sobreviviente. La idea de que ser peruano es un destino incierto y dramático que está en la raíz de todas sus vidas. Están siempre condicionados a la necesidad de sobrevivir en un mundo inestable. Ambrosio ha tenido que resignarse a su condición de sirviente vagabundo y el teniente Gamboa a la de ser un héroe ignorado. Nadie encuentra un lugar en una realidad errática. Todos están buscando reconocerse, sobrevivir, que las cosas tengan un sentido. Eso nos hace reconocernos en ellos en cualquier época, y por cierto en la que vivimos hoy.
Dante Trujillo y “El Buen Salvaje” me recuerdan que el magnífico escritor español Javier Cercas escribió con razón que ningún escritor en español (o acaso ningún escritor) ha escrito seis obras maestras: “La Ciudad y los Perros”, “La Casa Verde”, “Conversación en la Catedral”, “La tía Julia y el escribidor”, “La Guerra del fin del mundo”, y “La Fiesta del Chivo”. Esta hazaña es una consecuencia directa de una vida, que ahora cumple un nuevo aniversario, concebida por el compromiso.
Ese día en Nueva York, al despedirme del taxista, le dije que algún día debía venir a conocer el Perú. Le repetí algunos lugares comunes, como si fuera un enviado de una agencia de viajes. No se preocupe, me dijo, blandiendo su libro. Ya estuve allí, con ustedes.
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