Cuando en marzo del 2021 Pedro Castillo comenzó a crecer popularmente y abandonó el pelotón de los “otros” se encontró en un escenario que ni él ni su partido –como públicamente lo han reconocido–, habían imaginado. Había iniciado su ascenso paulatino en el sur y en las zonas rurales, donde estaba pulverizando a sus demás competidores. Ocho meses después, la popularidad de Castillo se ha desmoronado incluso en las regiones del sur y también en los segmentos socioeconómicos más pobres. Los que otrora eran sus bastiones políticos, lo van dejando cada vez más solo. Y un presidente impopular, con una bancada congresal dividida y cada vez más pequeña, ya no depende de sí mismo para sobrevivir políticamente.
Asumamos que sus simpatizantes estarían dispuestos a defender al mandatario incluso frente a denuncias escandalosas. ¿Qué defenderían exactamente? ¿Qué reforma ha logrado introducir el presidente Castillo en el debate público? Entiendo que la izquierda política siempre criticó que la derecha gobernó el país congelando cualquier intento de reforma para favorecer sus intereses. Pero al menos echó a andar el dinamismo económico que mantenía con vida sectores productivos que generaban crecimiento. Era la política que el segundo Alan García defendió a capa y espada. ¿Qué argumentos de defensa tiene el presidente Castillo ante las recientes denuncias? Acusa a los opositores políticos de que jamás aceptaron su triunfo. Es correcto, hasta cierto punto. Pero lo mismo pudo decir Pedro Pablo Kuczynski e igual terminó renunciando.
Lo más paradójico del Gobierno de Castillo es que, más que su impronta radical, lo que lo condena a la impopularidad es la disfuncionalidad y el vacío. El peruano puede perdonar algunos escándalos, hemos convivido años rodeados de ellos, pero como buenos barrocos le tenemos aversión al vacío disfuncional. Y el Gobierno de Castillo se está convirtiendo a pasos agigantados en un paisaje vacío y disfuncional. Más que condenar las agendas radicales de Castillo, lo castiga la ausencia de elementos de defensa tangibles. ¿Qué reforma que haya intentado el Gobierno ha tenido mediano éxito en la agenda pública? ¿Nueva Constitución? Más allá de lo declarativo, es imposible que pueda realizarla en el mediano plazo porque no tiene ni el músculo político ni el respaldo popular para encaminarla. ¿Segunda reforma agraria? ¿Reformas en salud y educación? Exactamente cuáles serían las políticas iniciadas (o intentadas) por el presidente Castillo que deberían defender sus votantes frente a los opositores.
Más allá del valor simbólico de su elección, incluso los mandatarios populistas construyen su caudal popular con políticas que sus votantes adhieren y defienden. No ha podido introducirlas, o por mera incapacidad o porque se ha pasado cuatro meses apagando incendios, muchos de los cuales él mismo ha suscitado. Les ha ahorrado el trabajo a sus opositores pasando de escándalo en escándalo. Sus detractores se lo iban a poner difícil, claro, ¿qué esperaba? ¿Una recepción auspiciada por la Confiep en el Regatas? La izquierda no puede seguir subestimando la capacidad de indignación de la opinión pública justificando cualquier pachotada del presidente Castillo con algún símil bochornoso ocurrido siempre en un momento escabroso del gobierno de algún expresidente como Alberto Fujimori o Alan García. ¿Este va a ser el estándar para defender al presidente ante cualquier crítica? Una suerte de mal de derecha, consuelo de izquierda.
¿Qué caminos le quedan al presidente para salir de esta encrucijada? Sin el apoyo monolítico de su partido y habiendo perdido esa ventana de oportunidad que despierta cualquier nuevo gobierno, está a merced de las mismas condiciones precarias que sufrieron sus predecesores cuando se les acabó la popularidad y, peor aún, porque aquellos siquiera tenían el aval del ‘establishment’, que él no tiene. Depende de los ánimos y del cálculo político de los congresistas que, a su vez, dependen de los ánimos y del cálculo político de los líderes de los partidos distribuidos en ese Congreso.
La suerte de Castillo la decidirán los partidos no oficialistas que le dieron la confianza al Gabinete Vásquez. Los estímulos que tienen los congresistas para ponerle fin a su gobierno no son más altos porque detrás de estos corren sus índices de impopularidad, mayores que los del presidente Castillo. Esta situación nos indica que si el presidente Castillo no mejora sus índices de popularidad, básicamente evitando enredarse en más escándalos (cosa que parece bastante improbable), para coger oxígeno, pasará a depender de cómo amanezcan César Acuña, José Luna y la cúpula de Acción Popular.
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