Han pasado dos años y medio desde el inicio de la pandemia, la cual nos deja un sinnúmero de experiencias y cambios que no hemos terminado de procesar. En este tiempo, los niños y adolescentes peruanos han cargado una mochila muy pesada. La alta mortalidad de la pandemia enlutó a miles de hogares, muchos niños quedaron huérfanos o tuvieron que despedir a la distancia a sus seres queridos –abuelos, tíos y otros parientes– en medio de la incertidumbre por un virus desconocido que les generaba miedo y ansiedad.
Nuestros chicos enfrentaron una de las cuarentenas más estrictas del mundo. Ir al parque o a la plaza, jugar con otros niños, fueron actividades prohibidas por mucho tiempo. Esto ocurrió mientras se reabrían progresivamente actividades económicas y sociales. Las prioridades sobre qué reabrir y por qué revelaron un profundo adulto-centrismo. Reabrimos ‘malls’, discotecas y bares antes que guarderías, nidos, escuelas y universidades.
Una de las principales pérdidas para los niños y adolescentes fue separarse por dos años de sus instituciones educativas, espacios fundamentales de aprendizaje, socialización y, para muchos, su segundo hogar (o donde estaban más seguros que en sus propios hogares). Esta fue una experiencia muy compleja para los chicos: si bien obtuvieron aprendizajes y lecciones de vida, también cargan con secuelas e impactos. Los padres y docentes que leen esta columna saben que los chicos no la pasaron bien, que están enfrentando retos al reencontrarse con las aulas y que necesitan recuperar la normalidad con urgencia.
Para ello, es indispensable potenciar la experiencia plena de enseñanza-aprendizaje y socialización. Los chicos han vuelto a una experiencia escolar mediada por mascarillas y protocolos. Estudiantes, docentes y personal administrativo deben usar mascarillas durante toda la jornada, de lunes a viernes. Los invito a preguntarles a los chicos que tienen cerca qué sienten al usar mascarillas durante todo el día y qué opinan sobre el hecho de poder quitársela sin problema en todos lados (restaurantes, centros de diversión, estadios, conciertos, etc.), menos en sus escuelas.
Si escuchamos a los niños, comprenderemos que las mascarillas dificultan concentrarse, respirar, interpretar las reacciones de sus compañeros, comprender a sus docentes, hacer deporte. Si consultamos a los docentes, encontraremos que hacen exhaustivos esfuerzos para que los chicos los puedan escuchar y seguir las explicaciones –pues no los ven gesticular–, así como para contenerlos y acompañarlos en su reencuentro con la rutina educativa. Como ha evidenciado el investigador Percy Mayta, solo el Perú, Chile y Bolivia exigen el uso obligatorio de mascarillas en las aulas. Alrededor del mundo, las mascarillas no son obligatorias en las escuelas.
Gracias a la vacunación y a la inmunidad adquirida por infecciones previas, la cuarta ola está en plena caída y no ha saturado el sistema de salud. En este contexto, es urgente que el Ministerio de Salud y el Ministerio de Educación trabajen de manera conjunta para actualizar los protocolos aplicados a la educación. Se requiere revisar los procedimientos para el manejo de contagios y cuarentenas, pues el cierre de salones ha generado pérdidas de clases presenciales y disrupciones severas en la rutina escolar y familiar. Es necesario eliminar el uso obligatorio de mascarillas en las instituciones educativas, sin condiciones, como ha sucedido alrededor del mundo. El llenado de fichas sintomatológicas, toma de pruebas obligatorias y pases sanitarios requieren tener fecha de fin.
Los esfuerzos de la política pública deben enfocarse en las estrategias para llevar la vacunación a la población vulnerable, mejorar las condiciones de higiene y ventilación en las instituciones educativas, y responder a los impactos generados por la pandemia en aprendizaje, salud mental y bienestar. Autoridades del Consejo de Ministros, por favor, #LiberenALosNiños. Actuemos con sentido de urgencia, porque la niñez no regresa.
* La autora integra el colectivo Volvamos a Clases Perú.