Si uno de los argumentos para oponerse al adelanto de elecciones generales pasa por decir que sin reformas políticas elegiremos a los mismos, ya se imaginarán cómo andan los ánimos de cara a las elecciones regionales y municipales. No se ha reformado prácticamente nada e iremos a elecciones sabiendo que –predeciblemente– lo mínimo que podría pasar es que se repitan las mismas mediocridades o corruptelas de los últimos cuatro años, o, peor aún, que se elijan a mayores y más avezadas redes criminales.
Según Datum, el 47% de los ciudadanos en Lima no tiene ningún interés en las elecciones municipales y regionales. Estamos en el reino de la destrucción del sentido político de la comunidad. Es el territorio del sálvese quien pueda y como pueda, porque la política ya no puede salvarme. Si el peruano sobrevive a pesar del Estado y se abre paso ante la adversidad con resiliencia, más que un mérito, es un reflejo de conservación en una sociedad que continuamente está cavando nuevos abismos colectivos.
Ese territorio, inhóspito por muchos momentos en nuestra historia republicana, suele preceder a momentos traumáticos, instantes donde se cultiva la antipolítica. Si las personas no salen a marchar, si los ciudadanos prenden la televisión y lo único que ven son horas interminables de casos de corrupción y denuncias que atraviesan a todo el Gobierno, si tienen que soportar y aguantar que un congresista acusado de violar a una persona cobre a fin de mes y no se le toque, ni se le investigue, ¿alguien puede acusarnos de estar hastiados de lo político?
Y, sin embargo, desentenderse de la política tendrá un costo muy alto. La política municipal y regional no es poca cosa. Concentra una gran tajada del presupuesto público y por años se le ha criticado su falta de capacidades para ejecutarlo o hacer un expediente técnico. Acusaciones tan ciertas como explicables. Los presupuestos y la carrera pública en gobiernos locales hacen que los mejores profesionales huyan espantados de involucrarse en la gestión municipal o regional. No me refiero a los distritos mesocráticos de Lima, donde los funcionarios tienen buenas remuneraciones y cierta autonomía y estabilidad en el cargo. Me refiero a las muchas municipalidades en zonas rurales que se encuentran desbordadas para ejecutar su canon o regalías y que tropiezan continuamente con la ausencia de capacidades.
¿Qué se ha avanzado en esas municipalidades? Casi nada. El estado del arte es la inercia. Inercia que se conforma con la transferencia. Los esfuerzos que ha habido tienden a quedar en planes muy emperifollados que no tienen articulación nacional o que la tienen muy deficientemente. La percepción de abandono persiste. Muchos se preocupan por la liberación de Antauro Humala, porque entienden que tendrá muchas posibilidades de ser presidente de la República. Algo así como si lo peor que podría ocurrir terminará ocurriendo inevitablemente en el Perú, como si estuviéramos casi seguros de que la elección nos precipitará a un salto al vacío mayor y catastrófico. Lo cierto es que la mejor manera de evitar los saltos al vacío no consiste en contracampañas publicitarias a meses de la elección, sino en municipalidades y gobiernos regionales que entreguen servicios y obras públicas de calidad, un Estado que se acerque al ciudadano.
Por eso, discrepo de las visiones que critican la política municipal y regional como si se tratara de territorios malditos y ámbitos donde hay que resignarse a evitar que se desborden los conflictos sociales. Si lo único que nuestras élites temen de las regiones son los conflictos sociales que paralicen las inversiones, entonces el problema es más grave. Si los remedios que pueden ofrecer a aquellos distritos y provincias donde el abandono se perpetúa continuamente es el dedo acusador, en unos meses esos mismos dedos acusadores estarán lamentando no haber concentrado la mirada en desnudar a los candidatos regionales y municipales, y será tarde.
Por eso, por amor al Perú, urge pensar que la agenda política y el debate público se descentralicen y deban estar acompañados del esfuerzo de medios de comunicación, empresas encuestadoras, universidades y ciudadanía. Se teme a los radicales, pero cuando ponen en jaque al gobierno nacional. Cuidado con estas elecciones regionales y municipales donde se juega no solo el manejo eficiente del Estado que tanto preocupaba en otros años. También corre riesgo el porvenir, si asoman al poder villanos que han ido aprovechando el desánimo y el cansancio ciudadano, y que podrían agigantar el caótico régimen de la ilegalidad y las mafias. No las convirtamos en elecciones triviales.