En las últimas semanas, el continente americano se ha convertido en el foco global de la pandemia del COVID-19 que, en siete meses, ha cobrado la vida de al menos medio millón de personas en todo el planeta. A medida que la enfermedad se ha seguido expandiendo y las sociedades se han mantenido confinadas, una cosa ha quedado clara: el costo económico de la enfermedad será gigantesco. En regiones como la nuestra, en la que la capacidad de respuesta del Estado ante shocks económicos adversos es muy limitada, el crecimiento de la pobreza será particularmente alto. En el Perú, algunos pronósticos iniciales apuntan a que en solo un año retrocederemos lo avanzado en una década de lucha contra la pobreza.
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