Juan Paredes Castro

Nada de lo que hemos conocido en las últimas semanas como novedades saludables para la democracia, en general, y para el sistema electoral, en particular, parece tener la sostenibilidad deseable.

Más bien, todo podría revertirse a favor de lo que ha venido prevaleciendo en los últimos tiempos, como el uso y manoseo impune de las reglas de juego de la democracia para encumbrar en el poder a quienes buscan destruirla.

En 200 años, el Perú no ha terminado de dar vueltas en círculo, remando a favor y en contra de lo que eligió como el mejor modo para autogobernarse: la democracia.

De no confirmarse antes de abril del 2025 y en segunda instancia judicial la ilegalidad del partido de Antauro Humala, su suscripción en el JNE seguirá siendo reconocida con todas las prerrogativas de ley, incluida la facultad de su líder de postular con ese partido a la presidencia. Cabe destacar que, si el Poder Judicial confirma lo resuelto, Humala sí podría postular al Congreso de la República como invitado por otra agrupación política.

Por ahora, más fuerte que la resolución judicial resulta la insólita decisión del JNE y de su presidente, Jorge Luis Salas Arenas, de haber admitido a Antauro como partido político democrático pese a sus visibles siglas –Alianza Nacional de Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros–, con la boba idea de que quienes en el momento analizaron su doctrina y liderazgo no advirtieron peligro alguno para el uso del poder político contra la democracia y por quien ya se había alzado en armas contra ella en el 2005.

Boba idea que, por supuesto, no disculpa ni libra de negligencia grave al JNE ni a Salas Arenas. Lo mismo pasa con la disolución, por la vía suprema judicial, del Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), brazo político de la organización terrorista Sendero Luminoso, que sin duda le cierra las puertas, pero no las ventanas de infiltración en la política peruana.

Así fue como se coló en Perú Libre y en el Fenate sindical de Pedro Castillo y de su exministro de Trabajo y Promoción del Empleo Iber Maraví, y así es como se cuela hoy en Juntos por el Perú, el poroso antiguo partido de Verónika Mendoza que hoy lidera el congresista Roberto Sánchez, proclive a la promoción de todo radicalismo dispuesto literalmente a dinamitar el sistema institucional vigente.

El JNE no es una mesa de partes ni mata sellos de sus órganos de línea o de consulta subalternos. Es, por excelencia, una instancia jurisdiccional independiente y autónoma. Estaba en sus manos, a la sola lectura del ideario y liderazgo de Perú Libre, impedir que este disputara el poder como partido democrático y ganara las elecciones de forma polémica. El proyecto golpista de Pedro Castillo le abriría después los ojos a medio mundo sobre cómo cualquier burdo medio, como el de pasar políticamente gato por liebre, puede convertirse en instrumento criminal contra la democracia.

El exorcismo de quienes votaron por Castillo y Dina Boluarte debiera servir para jalar y corregir el hilo de la madeja del mal del JNE.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Paredes Castro es periodista y escritor

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