Para quien, como en mi caso, ha tenido la oportunidad de entrevistar al presidente brasileño Jair Bolsonaro cuando todavía era un oscuro, vociferante y exótico diputado, que deambulaba por los pasillos del Congreso de su país en busca de atención o de un periodista con tiempo de sobra que esté dispuesto a escucharlo, me resulta imposible no encontrar enormes similitudes entre él y el candidato presidencial Rafael López Aliaga.
Aunque el peruano haya intentado marcar cierta distancia con Bolsonaro al calificarlo como una persona “extremadamente intolerante” con las minorías, lo cierto, lo real, lo concreto es que ambos poseen las mismas diferencias que poseerían dos gotas de agua.
Si revisamos con atención el plan de gobierno del partido Renovación Popular, cuya denominación cambió para estas elecciones a fin de no cargar con el pasivo del magullado Solidaridad Nacional del exalcalde de Lima, nos daremos con un catálogo de generalidades, un auténtico cajón de sastre de términos universales. Se trata de una lista que, en distinto orden, hallaremos en cualquier documento de su naturaleza, sea el de la alianza de partidos que llevó al poder a Bolsonaro, el de quienes se oponen a él e, incluso, en la mayoría de los planes de los 18 aspirantes al sillón presidencial del Perú.
¿Quién podría oponerse a combatir la corrupción endémica a todos los niveles del Estado? ¿Quién iría en contra de derrotar a la delincuencia, luchar contra la pobreza extrema, la desnutrición infantil, mejorar la educación? Nada demás, nada de menos.
Fuera de ello, están las convicciones religiosas de López Aliaga. Estas pertenecen a su esfera personal y, según ha declarado, lo conducen a autoflagelarse para garantizar la castidad o profesar una profunda devoción por la Virgen María. Bolsonaro también apela al cristianismo, ha estado casado en tres ocasiones y tiene cinco hijos.
Más allá de las evidentes coincidencias ideológicas, el poder de Bolsonaro se sustenta en las Fuerzas Armadas y la creciente fuerza de los sectores evangélicos. López Aliaga, en cambio, sienta sus bases en los grupos más conservadores del catolicismo y los evangélicos.
Respecto a la pandemia, las semejanzas son sorprendentes. Los dos huyen del pensamiento basado en la ciencia como si fuera el diablo, al oponerse a las cuarentenas, apelar a la desinformación y a tratamientos con medicamentos como la ivermectina cuando, a estas alturas, existen suficientes evidencias de su ineficacia para combatir la enfermedad.
López Aliaga, incluso, ha respaldado en reiteradas ocasiones una supuesta ‘vacuna peruana’ que no ha sido probada en seres humanos, pero asegura ataca a múltiples cepas y que mata “la COVID-19, 20, 21, 22” (sic), combatiendo enfermedades inexistentes porque sus virus no han sido todavía descubiertos por ningún científico en el mundo.
Si hablamos de su estilo de campaña, los parecidos son saltantes. Bolsonaro basó su campaña en un ataque visceral a la izquierda, tan desacreditada por las revelaciones del caso Lavo Jato y la condena al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Para López Aliaga, todos los grandes males nacionales se resumen en los mismos diagnósticos, las mismas raíces. No importa si los temas son seguridad ciudadana, educación, salud, o cualquier otro: la culpa es y será siempre de los caviares, la izquierda, sus cómplices, la prensa ‘mermelera’.
Sustenta, entonces, sus propuestas en base a reiteraciones que parecen de cartilla, algo que los psicoanalistas podrían llamar de cierta fijación: una repetición estructurada permite formar una identidad en tanto “somos lo que repetimos”, como sostenía el psicoanalista austríaco Sigmund Freud en su trabajo “Recordar, repetir y reelaborar”.
Al auscultar sus discursos y los de sus entornos políticamente incorrectos –que despiertan pavor de los sectores liberales e izquierdistas–, se nos permite determinar que poseen más semejanzas que diferencias. No parece ser casualidad.
Gracias a esa estrategia que le deparó gruesos ataques de moderados, centristas e izquierdistas, Bolsonaro acaparó titulares y se desprendió de un pelotón de múltiples candidatos para enarbolarse como la alternativa que lo condujo a la presidencia. Ergo, los ataques le sirvieron de propaganda gratuita ante un electorado indeciso o desencantado con los políticos. ¿Les suena familiar?
Como si fuera el viejo juego de “Nadie sabe para quién trabaja”, sus enemigos se convierten en sus mejores agentes a la hora de hacerlo notar y lograr que destaque una estrategia que le sirvió a Bolsonaro y que ahora parece surtir el mismo efecto en López Aliaga.
De esta manera, se discute su pertenencia a un grupo religioso, sus declaraciones sobre la eutanasia de Ana Estrada, las políticas de igualdad de género –porque ‘homosexualizan’ a los niños–, el machismo desembozado de su candidata a vicepresidenta, obviándose las incongruencias que existen en sus propuestas, como defender la libertad económica y al mismo tiempo sostener que se acabará con la cadena de cobros excesivos por medicamentos o de dónde saldrá el dinero para reeditar el Plan Marshall ejecutado por Estados Unidos que permitió la reconstrucción mundial tras la Segunda Guerra Mundial.
Solo resta saber si López Aliaga conseguirá llegar tan lejos como Bolsonaro o no. A decir de las últimas encuestas, no parece tan lejos de dicho camino.
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