El viernes 3 de diciembre, Sada Goray, exgerenta general de Marka Group, empresa desarrolladora de vivienda social, reconoció ante la fiscal Barreto que fue extorsionada desde el Ministerio de Vivienda y pagó más de S/4 millones en efectivo. Una raya más.
En la historia del Perú, la corrupción ha estado siempre presente. De hecho, la corrupción en nuestro país es endémica. Sin embargo, los niveles de corrupción a los que hemos llegado han generado entre los peruanos sensaciones de impotencia y resignación porque, pese a que es una de nuestras principales preocupaciones, la corrupción sigue burda y flagrante frente a todos nosotros sin que, pareciera, alguien pudiera hacer algo para detenerla. Nos hemos resignado a vivir entre actos de corrupción y nuestra indignación dura lo que el siguiente escándalo en hacerse público.
Sabemos que la corrupción tiene un efecto negativo en la economía de los países, que se refleja en el deterioro de la asignación eficaz del gasto público, la generación de costos de transacción adicionales, lo que conlleva a un desaliento de la inversión privada (con la consiguiente pérdida de inversiones nacionales y extranjeras), y afecta negativamente la productividad. Más aún, la corrupción genera incertidumbre e inestabilidad, alejando a las empresas del sector formal, menoscabando los ingresos del Estado y reduciendo su capacidad en la prestación de servicios e inversión en infraestructura y programas para el alivio de la pobreza. Todo ello termina generando un círculo vicioso de aumento de la corrupción, pobreza y actividad económica informal. Siendo así, la corrupción se ha convertido en un impuesto a la inversión. Y este impuesto se aplica también a los trámites que tienen que realizar los ciudadanos de a pie, por ejemplo, al tramitar licencias o permisos, en el reclamo de sus derechos y en la búsqueda de la solución de conflictos.
Nuestra falta de valores como sociedad ha convertido a la corrupción en una herramienta válida. Ya sea para que, desde el sector público, los funcionarios obtengan ingresos adicionales o, desde el privado, se logren negocios indebidos, se resuelvan problemas personales y se agilicen trámites. La realidad es que todos los peruanos estamos de una u otra manera rodeados de corrupción. Y si prestamos atención, escucharemos a diario actos de corrupción, pequeños o grandes, que se cometen a nuestro alrededor. Y callamos. No los cuestionamos.
El día de ayer el Consejo Privado Anticorrupción (CPA) emitió un comunicado a raíz del informe presentado por la Misión de la OEA que visitó el Perú. En este, el CPA cuestiona la imparcialidad de la misión y resalta la legítima posición de las instituciones públicas y privadas que están exigiéndole al gobierno de Pedro Castillo una conducta transparente y una lucha frontal contra la corrupción. La percepción de corrupción está debilitando la democracia a tal nivel que hoy el 52% de los peruanos justificaría o estaría muy cómodo con un golpe de Estado militar en caso haya una situación de corrupción insostenible. Y esto es gravísimo porque pone en riesgo la libertad de todos los peruanos.
Si mucho en el Perú está corrompido, ¿cómo logramos salir adelante y encauzar al país? La solución no es dar más leyes. Es lograr imponer el Estado de derecho y hacer que las leyes se cumplan. Pero ¿qué podemos hacer desde el sector privado? ¿Cómo podemos contribuir en la lucha contra la corrupción? Comencemos por nuestras empresas, comprometiéndonos a hacer empresa ética, libre de corrupción. Asumamos nuestra responsabilidad cuando en nuestras empresas existe alguna irregularidad y corrijamos. Levantemos la voz y denunciemos cuando un funcionario público nos pide una coima o un soborno para continuar un proceso, ganar un contrato o evitarnos una sanción. Lo cierto es que no lo hacemos, y aunque no caigamos en la tentación, al quedarnos callados, permitimos que la corrupción continúe, se enquiste y, como sostiene Eduardo Herrera, director del CPA, se haya convertido en un sistema. Si no levantamos la voz contra la corrupción y la enfrentamos, nos convertimos en cómplices. Nuestro silencio ha permitido que el Perú esté hoy en manos de quienes está.