"Con frecuencia leo con envidia acerca de esta historia. Por entonces tanto los románticos como los clásicos consideraban que el arte tenía un papel esencial en las sociedades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Con frecuencia leo con envidia acerca de esta historia. Por entonces tanto los románticos como los clásicos consideraban que el arte tenía un papel esencial en las sociedades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

Esta semana se cumplió el aniversario de un acontecimiento que remeció las conciencias de lectores, escritores y periodistas de Francia y de todo el mundo. El 25 de febrero de 1830 se estrenó en París la obra “Hernani” de Victor Hugo en medio de una batalla campal en el teatro antes, durante y después de la función. “Hernani”, un drama histórico, contaba una historia ambientada a comienzos del siglo XVI, en España. Allí el bandido Hernani lucha por el amor de doña Sol contra su rival, el rey don Carlos. Como es natural en las historias de amor, los amantes deben enfrentarse al poder político y social. La obra terminaba con Hernani y doña Sol envenenados por mano propia.

La obra de Victor Hugo que por entonces no tenía ni 30 años resultaba ofensiva e inaceptable para los defensores del teatro clásico. Hablaba de la Edad Media, su lenguaje rompía las reglas de la retórica, las pasiones desbordaban a los personajes. “Hernani” seguía los principios románticos que el mismo Victor Hugo había señalado en el prefacio de su obra “Cromwell” tres años antes. El teatro le quiso imponer algunos cambios. Victor Hugo se negó a modificar ni una palabra. Los actores tampoco estaban de acuerdo con la obra, pero el teatro autorizó el estreno. Había llegado la fecha crucial.

Al enterarse de ello, un grupo de defensores del teatro clásico decidió que no iba a permitir que esa obra, que consideraba vulgar y ofensiva, se representara. Iban a boicotearla en el teatro mismo. Tamaña ofensa no podía pasar.

Sin embargo, Victor Hugo, hijo de un general al fin y al cabo, tenía un piquete de defensores listo para el estreno. Entre ellos estaban Balzac, Bizet, Gérard de Nerval. El jefe del batallón era el poeta Théophile Gautier con su famoso chaleco rojo y sus pantalones verdes. Victor Hugo repartió pases gratuitos de color rojo. El día del estreno, los miembros del ejército romántico entraron temprano al teatro, bajo una lluvia de verduras que les lanzaban los mismos empleados del local. Unas horas antes Victor Hugo los había arengado. Estaban defendiendo un tiempo nuevo, el tiempo del progreso. De ellos dependía que todo cambiara. Estaba triunfando un movimiento en Francia.

Cuando los clásicos entraron al teatro poco antes de la función, encontraron allí a los miembros del grupo romántico. Habían acampado todo el día, esperándolos. La pelea empezó con insultos y siguió con golpes. Cuando la función se inició, hubo protestas pero también elogios y aplausos de todos los lados de la sala. En una de las primeras líneas, Hernani le decía a Ruy Gómez: “Viejo, ándate a medir tu ataúd y déjanos en paz”. Los románticos estallaron en aplausos. Los clásicos, en imprecaciones. En todas las funciones que siguieron, los actores tuvieron que soportar los gritos de ambos bandos mientras decían sus parlamentos. Las reseñas fueron incendiarias. Se popularizó un dicho: “Más absurdo que ‘Hernani’”. La obra duró apenas cuarenta y cinco noches, pero Victor Hugo y sus huestes habían triunfado. Todos hablaban de “Hernani”, que, dicho sea de paso, hoy nadie representa.

Con frecuencia leo con envidia acerca de esta historia. Por entonces tanto los románticos como los clásicos consideraban que el arte tenía un papel esencial en las sociedades. De las obras que se representaran dependía la forma como iban a funcionar la justicia, la política, las costumbres. Los románticos estaban seguros de darle una voz a la gente común y corriente. Hoy, el arte ha sido relegado a ser parte de la diversión. Por ahora las revoluciones se han terminado. Pero podrían volver.

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