El domingo pasado el deporte peruano, después de tanto necesitarlo, nos volvió a ilusionar. En mi casa –y en miles de hogares a nivel nacional y continental–, desde muy temprano, todos estábamos enganchados al televisor, esperando a que Juan Pablo Varillas, el primer peruano desde 1994 en llegar a octavos de final en un Grand Slam, saliera a la cancha del Roland Garros para gritar “¡aquí está Perú!”.
Con un oponente complicado –quizás el más complicado de todos–, inició la ronda de los últimos ocho partidos en uno de los campeonatos más importantes en el tenis. Y ahí estaba Juanpi, dentro de los 16 mejores jugadores –de los 128 que empezaron– que acompañaban la recta final del torneo. ‘El chico de los cinco sets’ lo apodaron algunos comentaristas, por haber luchado hasta el último punto en los cinco tiempos de cada eterno encuentro y habernos dado una clase magistral de cómo voltear un resultado en varios partidos en los que, aparentemente, las derrotas estaban aseguradas.
Gracias a Juanpi, el tenis peruano –y, por qué no, el tenis mundial– ha vuelto a vibrar de emoción y nos ha demostrado lo palpitante, pero también lo duro que es este deporte. Porque, detrás de lo excitante que resulta enfrentarte a uno de los mayores profesionales de la disciplina, se esconde la crudeza de tener que pararte completamente solo en una cancha, sintiendo miles de miradas que, quizás, ese día no están allí por ti. Porque no hay un equipo con el que compartir la presión, porque las victorias son solo tuyas, pero las frustraciones también. Porque no dependes de nadie más que de ti. Porque hace más de dos décadas que no veíamos este escenario. Porque la fe no existe solo en el fútbol. Porque Varillas nos hizo volver a creer, entre lágrimas, que acercarse a la victoria era posible.
Ahora, Juanpi estrenará una nueva y mejor posición en el ranking mundial, quizás ganará unos cuántos –varios– seguidores más, las marcas se pelearán por auspiciarlo e indudablemente tendrá un acceso más fácil a los siguientes torneos. Pero la gloria de sus logros va mucho más allá. Gracias a Juanpi se abre una tribuna llena de esperanza para los niños y niñas en el Perú que hoy se forman en el tenis y sueñan con verse en un Grand Slam –y seguramente muchas raquetas serán pedidas como regalo esta Navidad–. Gracias a Juanpi se sientan las bases para abrir discusiones sobre la importancia de crear una cultura deportiva en el país, donde la infraestructura es precaria y el apoyo estatal, escaso. Gracias a Juanpi se pone en vitrina –¡y qué vitrina!– el nombre del país y de sus talentos, pero también de este deporte que merece tanta atención como los demás que se practican aquí. Y, sobre todo, gracias a Juanpi se instala una nueva promesa en los corazones de todos los que vivimos por gritar cada punto con la misma pasión con la que él lo hizo.
Juan Pablo Varillas ha pasado a la historia del tenis nacional e internacional. Gracias, Juanpi, por creer y permitirnos creer en tu potencial, por demostrarle –sin importar de quién se trate– a tu competencia que el Perú es rival para cualquiera. Gracias, Juanpi, por dejarnos ser testigos de tu historia de crecimiento, esfuerzo y valentía, porque nosotros desde aquí, en la comodidad de nuestros sillones y algunos con una raqueta en mano deseando ser como tú, te acompañaremos, a tu ritmo y manera, hasta la cima.