Alexander Huerta-Mercado

Recuerdo un relato corto de un emperador que falleció y cuyo cadáver fue escondido por su secretario, quien mantuvo en secreto la muerte de su líder y lo reemplazó en el . Al cabo de un año, el pueblo había prosperado por su buen mandato. Decidido a contar la verdad, se dirigió al pueblo y les dijo: “Han sido gobernados por un cadáver durante un año, elíjanme como su monarca y seguirán prosperando”. El pueblo lo eligió y, acto seguido, lo mató para ver si podía gobernar tan bien como el emperador muerto.

Esta forma de entender mecánicamente una aseveración propia de una población imaginaria que entiende todo literalmente, sin lógica ni ética ni la más mínima razón, es equivalente a lo que hace el algoritmo que distintas plataformas han instalado en y cuya finalidad es conseguir, a partir de registrar nuestro consumo ‘online’, un patrón que permita bombardearnos con más productos virtuales que sigamos consumiendo. Así pues, si consultamos un precio de comida para gatos en la red, casi de inmediato nos llegará mucha información publicitaria de productos similares sin que lo hayamos solicitado y sin que nuestro gato lo haya pedido.

Aunque los humanos somos impredecibles, parte del rol de compartir una cultura es lograr que nuestra conducta pueda ser anticipada en comunidad y, por lo tanto, la convivencia se vuelva más sencilla. Si extendemos la mano, esperamos la misma actitud de la otra persona; si vemos un semáforo en rojo, esperamos que el auto se detenga y, si escuchamos una alarma, en teoría advertimos un peligro.

Nuestro procesamiento mental, sin ser exacto, puede traducirse en una fórmula matemática que varía constantemente. Las máquinas pueden procesar más rápido estas ecuaciones sin discernir en los datos y, en teoría, pueden intentar predecir nuestras preferencias de consumo.

En los últimos tiempos, he visto con sorpresa que mis alumnos y alumnas están maravillados viendo videos de TikTok que, según me dicen ellos, “son elegidos por el algoritmo” según sus preferencias. En pocas palabras, las empresas han confiado en un sistema informático cuyo fin último es lograr el máximo consumo sin discernir las consecuencias del mismo.

En su última publicación llamada “Nexus”, Yuval Harari sostiene que la indignación es algo que genera bastante atractivo de consumo. Por supuesto que el derecho a indignarnos es algo que nunca debemos perder; sin embargo, se ha convertido en un producto que circula como mercancía, se torna superficial y se traduce en noticias y tendencias de Internet. Así, una serie de noticias que aparecen a cuentagotas sin confirmar o que son vistas solo desde una perspectiva generan espacios de linchamiento mediático, descargas de agresividad o de culpa social y de poco diálogo que no dan espacio para las rectificaciones o la profundización.

Si había culturas humanas que percibían al lenguaje como un alimento transmitido entre personas, podemos decir que, en Occidente, el ciberespacio ha transformado la información en comida rápida sin contenido alimenticio. Es tiempo de que añadamos, a las tantas demandas nuevas que tenemos en la educación, la necesidad de una aproximación crítica a la información que recibimos en los medios masivos gobernados por que se les escapa de las manos a sus codiciosos creadores.

Si el objetivo es lograr a toda costa, justificando los medios, un consumo exitoso, tenemos que implementar una conciencia crítica y autocrítica en nosotros. De lo contrario, se puede decir que estaremos siendo gobernados, esta vez en forma literal, por un poderoso emperador que no tiene vida, como en el cuento que inició este artículo.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alexander Huerta-Mercado es Antropólogo, PUCP

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