El fin de semana estuvo en Lima el filósofo esloveno Mladen Dolar, quien es, junto con Slavoj Žižek, uno de los más destacados críticos de la cultura contemporánea en sus más amplias esquinas, para dictar unos talleres muy interesantes en los que explicó que en nuestros tiempos hemos dejado la validación social de lo que percibimos ya no en el conocimiento, sino en la información.
Decir que vivimos en la “era de la información” implica que ya no es tan relevante la producción del saber protocolizado a través de un método que nos devuelve el conocimiento, y que, más bien, vamos en la búsqueda de datos organizados –no siempre verificados– que es lo que conocemos como información.
Ello no es novedad, pero sí resulta problemático que quienes hoy están creando “información” ya no sean profesionales entrenados, como pueden ser periodistas o comunicadores, sino cualquier persona con buenas habilidades de expresión, tales como los influenciadores.
Y si, como Yuval Noah Harari ha sugerido, en cada uno de nosotros hay un “yo narrador” que ordena la experiencia empírica en función a recuerdos, historias y mucha información, promediando lo que creemos, habría que preguntarse de dónde obtiene una persona la información que le permite a su yo narrador posicionarse y crear una cosmovisión.
La respuesta no es sencilla. Sin embargo, debe basarse en una acumulación de recuerdos, historias y datos que la persona ha encontrado social y culturalmente en los agentes que crean esas narrativas. Todo indica que para las poblaciones peruanas más jóvenes –entre los 14 y los 35 años– esos agentes son los influencers.
¿Por qué la juventud en el Perú prefiere informarse viendo a alguien popular en TikTok en lugar de un periodista o medio de comunicación formal? Un estudio de Cedro que analiza el consumo informativo de los jóvenes en seis ciudades del país lo explica por una pérdida de confianza y credibilidad en los mass media.
El estudio revela que muchos jóvenes consideran que la información de medios como la prensa o la televisión responde a intereses económicos o políticos, y a los propios intereses de los periodistas. Se percibe un sesgo en la elección de los temas y la línea editorial, lo que lleva a estas poblaciones a consumir contenidos desde las redes sociales y sobre asuntos ajenos a la realidad nacional política, porque es esta información la que se considera más susceptible de manipulación.
Este panorama explica por qué los influencers se han convertido en piezas claves en la construcción de opinión o de esa cosmogonía personal de la que habla Harari, en un país en el que, además, hay poca confianza interpersonal. Ambas variables les dan un gran poder inusitado a estos creadores de opinión, que probablemente ni ellos puedan calibrar en su dimensión, más allá de las interesantes sumas de dinero que puedan amasar, según sus seguidores.
Por ello, la llamada alfabetización informacional se ha convertido recientemente en un tema de agenda caliente, como una respuesta institucional a un fenómeno que afecta grandemente no solo a poblaciones específicas como la juventud, sino también al propio ejercicio de libertades como las de información y expresión.
Vale la pena empezar a crear nuevos espacios vinculados con esta nueva alfabetización, para discriminar la paja del trigo, a través de observatorios y laboratorios de nuevos medios, que por lo pronto les bajen los decibeles a las muchas ‘fake news’ que veremos pronto en el tiempo electoral que ya se asoma.