En la Sunat hay preocupación pues la desaceleración económica va a generar menos recaudación. Se encarga a un grupo de expertos encontrar una solución. La idea es cómo aumentar los ingresos del fisco.
Jorge es parte de ese equipo. Es inteligente e ingenioso. Entonces se le ocurre una idea. Las personas reciben beneficios en su vida de distinta manera. Un beneficio bastante obvio es ganar dinero. Los beneficios monetarios representan un ingreso que se puede gravar fácilmente. Así se creó el Impuesto a la Renta.
Pero no todos los beneficios son monetarios. Hay otros de distinta naturaleza: escuchar música, descansar, ir a la playa, pasar un tiempo con la familia, ver televisión. Esos ingresos no se reciben en dinero sino en disfrute, en sensaciones gratas. De hecho la gente puede optar por trabajar menos y recibir así menos ingresos a cambio de obtener tiempo libre para esas actividades. Ello perjudica al Estado. Dado que el bienestar generado por esas actividades perjudica al fisco, es justo que se grave con el pago de impuestos. Se propone crear impuestos que graven estas actividades.
Su idea causa entusiasmo en el grupo de trabajo. Jorge comienza a buscar qué actividades beneficiosas podrían ser gravadas con nuevos impuestos.
Se le ocurre otra idea brillante: gravar los estudios universitarios. Estudiar en la universidad genera un beneficio: mejora su currículum, le da reconocimiento, le brinda placer académico y crecimiento profesional. Recibe un beneficio no monetario, un intangible. Es más: por estudiar pierde ingresos monetarios pues deja de trabajar para poder estudiar. “Está eludiendo impuestos”, pensó Jorge.
La siguiente pregunta es cómo gravarlos. La solución también es ingeniosa: hay que crear un impuesto progresivo. Quienes más valoran sus estudios son las personas que reciben notas altas. Se esfuerzan más y usan su inteligencia, recibiendo satisfacciones mayores. Entonces el impuesto debe subir conforme las notas que obtiene sean más altas. Se le ocurre entonces que los estudiantes deben pagar al año S/.1.000 por cada punto que obtengan en su promedio anual: si tu promedio es 20, pagas S/.20.000, si es 15, pagas S/.15.000, si es 05 pagas S/.5.000, y si tu promedio es 0 estás exonerado.
Lleva su idea al grupo de trabajo. Les encantó a todos, salvo a Iván. Él objeta que ese impuesto progresivo es una mala idea. Si gravo más a los que mejor nota sacan, estoy desincentivando el esfuerzo y el estudio para mejorar. Queremos que las personas usen su inteligencia y esfuerzo para ser mejores profesionales.
Jorge se ríe y le contesta: “Mira, Iván, estas totalmente equivocado. El impuesto progresivo es la mejor forma de cobrar. Tu argumento se podría usar contra el impuesto progresivo a la renta. Quienes más se esfuerzan y usan su inteligencia ganarán más. Pues bien. A esos los gravamos con una tasa más alta. El impuesto sube con tu nota. Por supuesto que eso desincentiva a generar más ingresos monetarios. Pero a nadie se le ocurriría dejar de aplicar un impuesto progresivo”.
Iván reflexiona. Se queda mirando al vacío, sonríe y contesta: “Tienes razón, Jorge, cómo no me había dado cuenta. Creemos el impuesto”.
La historia es ficticia, pero la ignorancia en el razonamiento no lo es. Los impuestos progresivos son una pésima idea porque, como en el ejemplo del impuesto a las notas, desincentivan el esfuerzo y uso de la inteligencia. La creación de riqueza, que se refleja en los ingresos de las personas (monetarios y no monetarios) depende de muchos factores. Pero los más importantes son el esfuerzo y el uso de nuestras habilidades. Cuanto más se tenga que pagar por esforzarse o usar habilidades, menos nos esforzaremos en usar nuestras habilidades para generar riqueza. Es curioso cómo una idea tan absurda es tan fácilmente aceptada.