¿Puede la Unión Europea reemplazar a Estados Unidos como el líder del mundo libre? Frente a la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense y las amenazas a la democracia liberal alrededor del mundo –desde Putin hasta el Estado Islámico–, la gran pregunta de estos días es si Europa podrá convertirse en el último gran bastión de defensa de la libertad o si sucumbirá también a la tentación populista.
La Unión Europea tiene históricas credenciales de defensa de las libertades individuales y económicas. Los arquitectos de la Unión hicieron un diseño institucional que ayudaba a contener tendencias iliberales. Los retos que plantea el populismo de estas horas es un buen reflejo. Mientras el populismo pregona el fin de la inmigración y el retorno al nacionalismo económico, el proyecto europeo ha implantado el modelo de ciudadanía europea en el que cualquier individuo puede vivir y trabajar libremente en otro país de la Unión, y ha creado el mercado común más grande de la historia.
Pese a sus enormes logros –el más importante: haber sembrado la paz en un continente en el que corrió sangre durante siglos–, el proyecto europeo presenta enormes desafíos para liderar a nivel global. La Unión Europea consiste de 28 estados y 510 millones de personas, lo que hace muy complejo alcanzar posiciones conjuntas en los grandes temas que aquejan a la humanidad. Por otro lado, el presupuesto de defensa de la Unión es alrededor de un tercio del de Estados Unidos, de modo que con una OTAN debilitada en una presidencia de Trump, Europa tendría serias dificultades para ocupar un lugar de liderazgo.
Sin embargo, no solo existe el poder de las armas. Estados Unidos no se convirtió en la superpotencia que es solamente por su fortaleza bélica, sino también por el ‘soft power’, esa capacidad de atraer a gente de todo el mundo con la promesa del sueño americano. En Europa no existe una narrativa igual de clara, pero hay elementos para construir una. Europa es la cuna de lo que entendemos por civilización occidental, y conforma un espacio de diversidad cultural en una gran área de libre tránsito. Además, en líneas generales, Europa continental ha tenido sociedades más igualitarias que las anglosajonas. Están ahí los elementos para construir una versión más progresista del sueño americano.
Para liderar el mundo libre, la Unión Europea debe enfrentar primero sus demonios internos. La desconfianza hacia las élites es uno de ellos. Para amplios sectores, la Unión consiste simplemente de una burocracia dorada que debate regulaciones innecesarias en perjuicio de la soberanía nacional. Las instituciones europeas se perciben como muy lejanas, sin figuras visibles. El ‘brexit’ ha sido en parte una revuelta contra esa clase política anónima y esas instituciones ajenas.
En el corto plazo es también indispensable acabar con la política de austeridad impuesta con mano de hierro desde Berlín. Esto permitirá empezar a recomponer la relación con el sur de Europa –en particular Grecia, España y Portugal– afectado por más de un lustro de recortes sociales. La Comisión Europea parece haberlo entendido y ha propuesto un paquete –aún tímido– de estímulos por 50.000 millones de euros.
Tras la salida del Reino Unido de la Unión, el futuro del proyecto dependerá, más que nunca, del eje franco-alemán. Francia y Alemania concentran el 43% del PBI de la Unión y un tercio de la población post-‘brexit’. En ese contexto, es indispensable que líderes europeístas como Angela Merkel sean elegidos en las elecciones que ambos países llevarán a cabo en el 2017. Esto pasa por entender que la gran división política de estos tiempos no es entre la centroizquierda y la centroderecha clásicas, sino entre quienes defienden el proyecto europeo y la democracia liberal, y el antisistema. Si en las últimas décadas, las escasas diferencias entre izquierda y derecha redujeron la participación electoral, el ascenso del populismo vuelve a poner la política en el centro de la sociedad.