Decir que la literatura de Occidente es una provoca inmediatamente legítima repulsión. Cada una de las unidades que llamamos literatura inglesa, italiana, alemana o polaca no es una unidad independiente y aislada, sino en continua relación con las otras.
La literatura de Occidente es un tejido de versiones. Los idiomas, los autores, los estilos y las obras han vivido y viven en constante interpenetración. Las relaciones se despliegan en distintos planos y direcciones.
Todos los grandes movimientos literarios han sido transnacionales y todas las grandes obras de nuestra tradición han sido la consecuencia o la réplica de otras obras. La literatura de Occidente es un todo en lucha consigo misma sin cesar, separándose y uniéndose a sí misma en una sucesión de afirmaciones y negaciones que son también reiteraciones y metamorfosis.
Literatura en movimiento y, además, literatura en continua expansión. No solo se extendió en Europa, sino que, también, ha ido a otros continentes: América, Oceanía, África del Sur, y ha creado otras literaturas. En uno de sus extremos, poco a poco, surgieron las literaturas eslavas, las literaturas americanas en tres lenguas (inglesa, castellana, portuguesa y, recientemente, francesa). Muy pronto, una de ellas, la estadounidense, se volvió una literatura universal, parte constitutiva de nuestro universo cultural.
La otra literatura occidental no europea es la literatura latinoamericana en sus dos grandes ramas: la portuguesa y la castellana. El caso de la literatura en francés no lo vamos a tocar. En lo que sigue solo me ocuparé de la literatura hispanoamericana.
En sus comienzos, nuestra literatura fue una mera prolongación de la española; esta situación se extendió desde el siglo XVI hasta fines del XIX. A fines del siglo pasado nace la literatura latinoamericana. Nació fecundada en cierto modo por la poesía simbolista francesa; con ella y por ella, un poco más tarde, nacen el cuento y la novela. Después de un período de oscuridad, que no es un período insignificante sino de grandes escritores que, como Rubén Darío, no traspasaron la frontera de la lengua, ahora nuestros poetas y novelistas han ganado, en la segunda mitad del siglo XX, una suerte de reconocimiento universal. Hoy nos preguntamos si la literatura hispanoamericana es realmente moderna.
La pregunta es pertinente, porque desde el siglo XVIII el pensamiento crítico es uno de los elementos constitutivos de la literatura moderna, es uno de los alimentos de esta, igual que la teología lo fue en la Edad Media de la literatura de creación. Una literatura sin crítica no es moderna, o lo es de un modo peculiar y contradictorio.
¿Se quiere decir que no existe una literatura crítica, o que no tenemos crítica literaria, filosófica, moral o política? La existencia de la primera, es decir, de la literatura crítica, me parece indudable: en casi todos los escritores hispanoamericanos aparece esta o aquella forma de crítica, directa u oblicua, social o metafísica, realista o alegórica. La literatura hispanoamericana, en ese sentido, es moderna porque contiene este elemento de crítica de la sociedad y del hombre o de la realidad.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 15 de junio de 1977.