Próximos a cumplir dos años del inicio de la pandemia, el Perú aún no logra reactivar la educación presencial en sus tres niveles: inicial, básica y superior. En consecuencia, somos uno de los países con el cierre de escuelas más prolongado del mundo. Mientras nuestros vecinos de América Latina aprovecharon el 2021 para escalar el retorno a las clases presenciales, aquí perdimos meses valiosos con condiciones epidemiológicas muy favorables y un proceso de vacunación avanzando a buen ritmo.
A finales del 2021, el 16% de los escolares peruanos accedió a alguna forma de educación semipresencial. Tan solo el 22% de las instituciones educativas a nivel nacional (24.077) reabrió sus puertas. Los avances a nivel territorial muestran una importante disparidad. Las regiones con mayores niveles de apertura de escuelas fueron Loreto (70%), Ucayali (64%) y Ayacucho (61%). En contraste, Lima Metropolitana y el Callao, Lambayeque, Piura y Áncash no superaron el 2%. En el último trimestre del 2021 notamos diferentes reacciones por parte de las autoridades regionales. Mientras que el GORE Cajamarca escaló la apertura de escuelas de manera exitosa, el GORE San Martín frenó el retorno a clases con una resolución administrativa que ameritó una exhortación de la Defensoría del Pueblo.
La sociedad peruana aceptó de manera sumisa lo que en otras latitudes era inaceptable: privar a los niños y adolescentes de la educación presencial, clave para su aprendizaje, bienestar y salud integral. Acatamos una “nueva normalidad” en la que los niños y adolescentes no estaban en la foto. Reactivamos todas las actividades económicas y sociales, pero dejamos la educación para el final. Durante la cuarentena del 2020 permitimos que las mascotas salgan a la calle antes que los niños. Autoridades municipales cerraron juegos y parques. Se instaló un discurso que estigmatizaba a los niños como agentes propagadores del virus, pues se decía que eran incapaces de seguir protocolos. Ciertos sectores pretendieron minimizar la demanda por la reapertura de escuelas como un problema de “madres aburridas de colegios pitucos”, a pesar de que los más afectados con el cierre de escuelas eran los niños y adolescentes más pobres, que no cuentan con la conectividad ni el soporte necesario para la educación remota.
La falta de sentido de urgencia y el insuficiente compromiso político con el retorno a clases presenciales han sido clamorosos. La clase política en su conjunto, salvo contadas excepciones, ignoró el tema. Si bien hoy el retorno a clases está posicionado en la agenda pública, aún no recibe el respaldo que amerita. No olvidemos que más de siete millones de niños y adolescentes peruanos no vuelven a sus escuelas desde diciembre del 2019.
No fue la pandemia la que generó esta situación, sino nuestras prioridades como país y como sociedad. Ahora toca hacernos cargo y corregir la injusticia que hemos normalizado al permitir que niños y adolescentes paguen un alto precio por las libertades de los adultos.
El inicio de la tercera ola y la llegada de la variante ómicron no deben frenar los avances para el retorno a las clases presenciales en jornada completa. El Ministerio de Educación necesita el respaldo total del Ejecutivo y el Legislativo para reabrir el 100% de escuelas en marzo, así como un continuo apoyo presupuestal, político y técnico para mejorar las condiciones y la calidad del servicio educativo, recuperar aprendizajes, promover la innovación y atender la salud mental de la comunidad educativa. Resulta clave que el Gobierno lance una campaña de comunicación orientada al retorno a clases en la que se brinde información sobre los protocolos a seguir, se genere confianza y se promueva la vacunación infantil. Desterremos la política del miedo. Que el retorno a clases sea una ocasión de alegría y un motivo de unidad nacional.
P.D. Desde esta columna quiero reconocer a todas las voces valientes de madres, padres, docentes, colectivos, funcionarios, líderes, medios de comunicación e instituciones que contribuyeron a posicionar el retorno a clases en la agenda pública. Sigamos sumando desde donde nos toque.
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